31 de octubre de 1517: El monje Martín Lutero clavó sus 95 Tesis en la puerta de la Catedral de Wittenberg, levantándose en protesta por la venta de indulgencias. Con este acto, en el mundo religioso comenzó una revolución que conocemos como Reforma Protestante. La Iglesia Católica prohibió la venta de indulgencias en el año 1567.
Año 2000 hasta el presente: Como parte de la celebración del tercer milenio de la Iglesia Católica, el Papa Juan Pablo II autorizó a los arzobispos a ofrecer indulgencias. En los últimos tres años, y bajo el liderato del nuevo Papa Benedicto, las indulgencias plenarias han sido parte de las celebraciones de aniversarios nueve veces. Actualmente, se ofrecen indulgencias como parte de la celebración de San Pablo que culmina en junio del 2009.
Ahora, ¿qué son las indulgencias? ¿Por qué nos corresponde ahora, como Lutero, levantar nuestra voz en protesta o, por lo menos, levantar una voz de alerta? De acuerdo a la Iglesia Católica, después de morir y antes de poder entrar al cielo, el alma de una persona debe ser purificada de los pecados mediante el castigo temporal en el purgatorio. Sin embargo, un católico puede recibir una indulgencia, la cual reduce o borra ese castigo instantáneamente. Ni la existencia del purgatorio ni el ofrecimiento de indulgencias tiene base bíblica.
En su definición más simple, indulgencia significa “perdón, liberación de una obligación, remisión”. La Iglesia Católica “ofrece” dos tipos de indulgencias: parciales, que reducen el tiempo en el purgatorio, y las plenarias, que lo eliminan por completo, a menos que se cometa otro pecado. Durante la época de Lutero, la Iglesia vendía las indulgencias. Al día de hoy, las indulgencias no están en venta, pero tampoco son gratis. La persona que esté interesada en conseguir una debe confesarse a menudo, recibir la comunión, hacer una oración por el Papa, hacer contribuciones benéficas y lograr un distanciamiento completo de cualquier inclinación hacia el pecado.
¿Cómo nos afecta esto a nosotros? Piense por un momento en su vecina, su tío, su amiga o amigo de toda la vida y la falsa esperanza que como católicos tienen de llegar al cielo si obran de acuerdo a lo que dicta la Iglesia Católica, si reciben un papel que les asegure su eternidad. ¿Cuál es nuestra responsabilidad? ¿Qué debemos hacer?
Como parte de la Iglesia Visible del Señor, tenemos la obligación de levantar nuestra voz y proclamar que es por gracia que somos salvos, por medio de la fe, no por obras; que ninguna iglesia, ningún sacerdote, ningún pastor puede ofrecernos perdón o remisión de nuestros pecados tomando el lugar de Jesucristo. Si así fuera, en vano entonces murió Cristo. Es por Su derramamiento de sangre que tenemos remisión de nuestros pecados. Él pagó el precio. En Jesús somos justificados; sólo él nos hace aceptos ante Dios. Ningún papel, iglesia o autoridad humana puede hacer eso por nosotros. Cristo es nuestra esperanza.