EL GRAN DISCIPULADOR JUAN 1:35-49 Por Milton Villanueva
Está claro que Jesucristo vino al mundo a salvare a los pecadores. Que esta es la buena noticia que debe ser proclamada a toda la humanidad. Que la forma o método que el Señor usó para lograr su propósito fue, es y será el discipulado. Aunque su ministerio público tuvo la duración limitada de 3 años aproximadamente, se redujo a una relativamente pequeña área geográfica, se concentró en un pequeño grupo de personas y no contó con los medios de comunicación que tenemos hoy, podemos decir que su propia generación fue enteramente evangelizada. ¿Cómo lo hizo? Sencillamente, mediante la formación de discípulos.
Hay tres elementos sumamente importantes de la actividad discipuladora de nuestro Señor Jesucristo que queremos considerar aquí, porque son principios permanentes que debe tomar en cuenta toda iglesia que desee cumplir fielmente con su mandato: “vayan y hagan discípulos de todas las naciones… enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes.”-Mateo 28:19-20
- MODELANDOLES UNA VIDA CON UN IMPACTANTE ATRACTIVO ESPIRITUAL
El primer punto de referencia que tenemos en todo este proceso de discipulado de Jesús es una vida espiritual impactante. El primer impacto se lo llevó Juan el Bautista, que hasta entonces vociferaba como una fiera en el desierto. La presencia de Jesús le impresionó tanto espiritualmente, que sufrió un cambio radical; de autoritario bautizador, insistía ahora en ser bautizado por Él.
Al otro día de su bautismo, y estando Jesús lleno del Espíritu Santo, fue identificado nuevamente por Juan el Bautista ante sus discípulos. Su presencia en aquel lugar cautivó de tal manera a dos de ellos, que no pudieron resistir la fuerza de su atractivo espiritual. Desde entonces comenzaron a seguirle y le expresaron su deseo de estar con él: - “Maestro, ¿Dónde vives?” Jesús los llevó consigo, y se quedaron con él.
La impresión que causó su vida en ellos fue tal que Andrés no pudo contener el impulso de ir en busca de su hermano Pedro para contarle de su hallazgo. Habiendo encontrado a Pedro, lo trajo a Cristo. A su encuentro su vida fue transformada. Y así, por el estilo, se sumó Felipe al primer grupo de discípulos. Este fascinado con Jesús encontró al escéptico Natanael, a quien por la lógica y razón no pudo convencer. Entonces le invito a conocerle personalmente. Frente a Jesús, Natanael exclama: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.” Una vida espiritual atractiva y cautivante es el primer recurso y el mejor argumento en la tarea de discipulado.
Desde el punto de vista del discipulado, el aspecto más importante, fascinante y cautivante de Jesús fue su misma vida, lo que él era. Hasta ese momento no había predicado ningún gran mensaje ni había realizado ningún milagro. Su vida era su primer mensaje. Él no era un especialista más, era un ser especial. Lo mismo rige para el discipulado hoy. El punto de partida de la tarea discipuladora no es un programa o imposición eclesiástica. Tiene que surgir del impacto de una vida espiritual. Que la gente quiera estar con nosotros porque pueden percibir al Señor en nosotros. Que reconozcan en nosotros más que la autoridad oficial, la autoridad espiritual que proviene de nuestra relación con Jesús.
Entonces, TODO PROCESO DE DISCÍPULADO COMIENZA CON UNA VIDA ESPIRITUAL IMPACTANTE Y CAUTIVADORA QUE PROVOQUE A LA GENTE A QUERER ESTAR CON NOSOTROS COMO LOS DISCÍPULOS DE JUAN ANHELARON ESTAR CON JESÚS. La clave para lograrlo es estar en más íntima comunión con el Señor, y dejar que natural y espontáneamente la frescura de nuestra vida espiritual trascienda a otros.