Una tal llamada “Reforma Apostólica y Profética” campea por su respeto en nuestro país. Mientras en otras partes del mundo hispano-parlante están poniendo los gritos en el cielo para denunciarlos, en Puerto Rico, parece que nos están comiendo los dulces. Ellos se llenan la boca llamándose a sí mismos apóstoles(as) y profetas, y nosotros nos la hemos callado por no causar la impresión de que somos contenciosos. Pero esa pretendida paz que queremos proyecta es la paz de los cementerios. Dios nos exhorta en su Palabra a que sigamos “luchando vigorosamente por la fe encomendada una vez y por todas a los santos”-Judas 3.
Hace varias décadas el Rev. Florentino Santana se le atravesó en el camino a los profetas de su tiempo con su libro titulado “Ojalá todos fueran profetas”. En aquel tiempo se trataba de algunos que por desquiciados, y otros por listos, arrastrando sus vestigios de espiritismo los introducían en las iglesias causando confusión y divisiones. Siempre apoyado por los ignorantes de las Escrituras fácilmente impresionables por las emociones, la fenomenología y lo “sobrenatural”.
Pero este nuevo cuño de “apóstoles y profetas” son el caldo de cultivo del carismátismo latente en las iglesias que han coqueteado con él, bajo el manto del “evangelio de la prosperidad”. Tan embriagados han estado de la “prosperidad”, de la fama, la notoriedad religiosa, y el caudillismo eclesiástico, que justamente, son las “mega iglesias” la base de su operación. Y, por supuesto, esto implica una mayor influencia, más difusión y un peor peligro que los “profetas” regados que les precedieron. Estos están bien organizados y reclaman con sus caras frescas como una lechuga, autoridad, poder y jerarquía sobre iglesias, ciudades, regiones, países y continentes.
Hace años uno de los hombres que más ha contribuido a este despelote apostólico y profético que tenemos hoy día, Peter Wagner, escribió un libro titulado: ¡Cuidado, ahí vienen los pentecostales! A “prima facie” parecería que era una voz preventiva de los peligros que traía consigo el carismátismo. Pero, en realidad, fue todo lo contrario. Era la presentación atractiva y gestación de un movimiento y unas fórmulas peculiares del mismo, que con el tiempo parirían esta extraña criatura.
Con nuestro silencio hemos sido cómplices o demasiado tolerante con algo que a todas luces es contradictorio con el cristianismo bíblico e histórico. La Reforma Protestante del Siglo XVI luchó, al riesgo de la vida de sus exponente, por uno de sus lemas: “Sola Scriptura”. Sólo la Biblia es la Palabra de Dios, y la única fuente regla de fe y conducta para los creyentes.
Somos cesacionistas porque creemos que nada ni nadie fuera de la Biblia puede alegar ser inspirado. De lo contrario, tendríamos que aceptar una Biblia incompleta, insuficiente y obsoleta para nuestros días, y un “canon abierto” para la “palabra actualizada” de los nuevos “apóstoles y profetas.”
Los apóstoles y profetas contemporáneos son una replica de aquellos supuestos “iluminados” y “espirituales” de los cuales había que cuidarse en los tiempos bíblicos, durante la Reforma y a través de toda la historia de Iglesia.
Este es un llamado a asumir una posición bíblica, consecuente, comprometida y combativa en pro de "la fe encomendada una vez por todas a los santos".