“No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan.” -Efesios 4:29
Para hablar de este tema yo tengo mis credenciales. Fui criado en un ambiente donde se hablaban todas las malas palabras y maldiciones imaginables, las cuales aprendí bien. Y entrando a la adolescencia, equivocadamente pensaba que decirlas me hacía sentir o lucir ante los demás como más machito. Afortunadamente, cuando el Señor llegó a mi vida y me hizo nacer de nuevo, ese hábito pecaminoso de mi vida cambió milagrosamente. No puedo decir que soy perfecto en esto, pero puedo asegurar que ha sido una rarísima excepción que se me haya zafado alguna. De esto pueden dar testimonio mi esposa, hijos y todo el que haya tratado conmigo.