¿Para Qué, Señor? Por Milton Villanueva

     Los medios de comunicación se preparan para el recuento noticioso del año. Lo hacen porque seguramente han comprobado el interés de la gente en recordar lo que pasó durante los pasados doce meses.  Seguramente habrá recuerdos tristes, alegres y otros que trataremos con indiferencia.  Pero, en el último análisis, “agua pasada no mueve molino”.  Satisfaremos nuestra memoria y curiosidad, y todo seguirá inalterable a nuestro paso.

     Y es que “el qué” y “el por qué” de las cosas no tienen poder mágico sobre la conducta como algunos suponen.  Posiblemente, la cruda realidad devengada de este conocimiento nos haga más daño que bien.  A decir verdad, el cristiano debe estar más interesado en “el para qué” de las cosas.  La razón es simple, Dios está en control de todo lo que pasa en nuestras vidas.  Nada nos sucede por casualidad o accidente, sino por causalidad y propósito. 

     En el último análisis todo lo que nos ocurre sea “bueno” o “malo” es parte del propósito o plan permisivo de Dios”. Y es bueno que entendamos que el plan permisivo de Dios, no deja de ser el plan de Dios.  No el plan B ni el C, por si acaso el primero o el segundo fracasaran.  Él tiene un solo plan que es perfecto, y está obrando en todas las cosas a favor de los que le aman.  El resultado debe ser nuestro crecimiento cada vez más a la imagen de Cristo.  Hacernos semejantes a él en todo, quien es la medida del varón perfecto.

     Tomar tiempo para meditar y reflexionar en las cosas pasadas no está mal, pero no para preguntarnos: ¿Por qué, Señor?  Tal vez la única respuesta que recibamos sea “Nos os toca a vosotros saber los tiempos y las sazones que el Señor puso en su sola potestad.”

     Lo importante, correcto y oportuno antes de que el año salga es preguntarnos:  ¿Para qué, Señor?  Esa actitud demuestra un claro reconocimiento de su Soberanía y Providencia.  Pero, todavía más, un claro sometimiento a la voluntad de Dios, para que Dios cumpla su propósito en nosotros de la manera que él quiera porque él tiene todos los derechos sobre nuestra vida, y además, como Padre el sabe lo que es mejor para nosotros, y no quiere darnos nada que menos que eso. 

     Ahora podríamos decírselo más claro aún: ¿Qué quieres que haga, Señor?, o mejor, ¡Has lo que quieras de mí, Señor!

“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.”- Salmo 90:12

¡Chao, Año! ¡Hola, Año!

No puedo creer que el año se fue tan rápido y que venga otro más ligero.  Y estamos temerosos de repetir las misas cosas que dijimos cada añ9o que pasa y de decirnos cada año que comienza.  Para algunos, las promesas y las esperanzas de cambio han perdido encanto; para otros, es una nueva aspiración de cambios que anhelan ver.

Por eso me gusta la sabiduría de Moisés el viejo legislador del desierto.  Tiene tres ideas cautivantes:

Primero:            Enséñanos.  No hay mejor Maestro que Dios ni mejor pedagogo que el Espíritu Santo.  Nosotros somos malos maestros de nosotros mismo y pésimos alumnos de nuestras enseñanzas. ¡Deja que Dios te enseñe a decirle “Chao” al año que se va, y “Hola” al que viene!

Segundo:            De tal modo a contar nuestros días.  No importa cuántos años vivamos, sí importa cómo los vivimos.  La breve vida de una mariposa es más alegre que la larga vida de una serpiente.  Vivamos de tal manera que haya sonrisas al dejar un año y cantos al comenzar el otro.

Tercero:            Que traigamos al corazón sabiduría.  Una versión parafraseada dice: “Ayúdanos a emplearlos como debemos.”  Si vivimos la vida a nuestra manera, es una mala manera; si la vivimos a la manera de Dios, es una buena manera.  El corazón sabio coincide con el c9orazón de Dios.  Entonces podremos decir: “!Chao, año viejo... Hola, año nuevo!”

Oración:              Señor, enséñanos a contar nuestros días, de tal modo que traigamos al corazón sabiduría y que nos acerque cada día más a Ti.  Amén.

Tomado del libro De un Corazón Pastoral por Rev. Carmelo B. Terranova.

 

 

El P e r d ó n por Jay E. Adams

     ¡Qué palabra maravillosa! Pero, ¡qué significa! ¿Cómo perdonar y por qué? 

    Perdonar a otros es modelar a otros la manera en que Cristo nos ha perdonado a nosotros mismos: “… perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó en Cristo” (Efesios 4:32). El perdón debe ser otorgado a todos aquellos que dicen estar arrepentidos –inclusive si la ofensa ha sido repetida (Lucas 17:3). Pero, debe ser dado a aquellos que confiesan que han hecho algo mal, que dicen haberse arrepentido, y piden ser perdonados (Proverbios. 28:13). En Marcos 11:25, Jesús te dice que perdones a aquellos que te han hecho mal cuando estés orando, de esta forma se evita la amargura y el resentimiento (Efesios 4:32). Pero, esto es algo distinto a perdonar a los que han hecho mal sin que estos lo hayan pedido. Perdonar a otros debe reflejar el perdón divino; Él te perdonó cuando tú te arrepentiste.

     Algunos cristianos que no piensan, aconsejan perdonar a la otra persona no importa si esta se haya o no haya arrepentido. Esto es no comprender el perdón. La razón por la que lo aconsejan es para beneficio del que perdona. Sin embargo es por tú beneficio que Dios te perdonó. Su concepto centrado en sí mismo del perdón es antibíblico.  Dios no te perdonó hasta que te arrepentiste, admitiste que eres un pecador, y creíste.

     Debido a que al perdonar uno promete no volver a sacar en cara el pecado del ofensor, a él, a otros o a uno mismo,  no está bien perdonar antes de que haya arrepentimiento. Jesús te requiere que confrontes al ofensor (Mateo. 18:15ss) para que pueda haber una reconciliación. Si él se rehusa a escucharte, entonces dilo a uno o dos hermanos más. Si no los escucha a ellos, entonces tienes que decirlo a la iglesia. ¿Por qué? Porque con su ayuda se trata de ganar al ofensor.  En amor, el perdón verdadero no busca aliviar al perdonador, sino liberar al ofensor de su culpa abrumadora.  La parte ofendida persuade al ofensor hasta que el asunto sea resuelto delante de Dios y los hombres.

     Las personas que tratan de ser más buenas que Dios, terminan siendo crueles con los otros. La bondad no está enfocada en liberarse uno mismo perdonando a otros se hayan arrepentido o no, sino en procurar por todos los medios ganar al ofensor. Ignorarlo a él y enfocarnos en nosotros mismo, diciendo, “me siento mejor desde que perdoné a Bob, aunque él nunca buscó el perdón”, es el epítome de la moderna herejía psicológica centrada en uno mismo.

     Buscar el perdón no es disculparse. No hay nada en la Biblia acerca de disculparse –las palabras sustitutas del perdón no hacen el trabajo. Te disculpas, y dices “lo siento”, pero eso no es admitir tu pecado.  Todavía te has quedado con el balón en la mano. No le has pedido al ofendido que haga nada.  Pero, al confesar tu pecado diciendo, “Yo le pedí a Dios que me perdonará, y ahora te estoy pidiendo que me perdones”,  le estás pasando la bola al ofendido. Le estás pidiendo que entierre la cosa para bien.  Jesús le manda a la parte ofendida a decir  “ sí ”, y entonces a hacer la misma promesa que Dios hace: “No traeré más a mi memoria contra ti tus pecados e iniquidades”. Este es un caso cerrado. Disculparte no es lo mismo, ni logras lo mismo que al pedir perdón y ser perdonado.

     ¿Hay alguien a quien le debas pedir perdón?  Por otra parte, ¿hay alguien a quien nunca has confrontado respecto a una irreconciliada condición entre ustedes?  ¿Hay alguno de estos problemas pendientes? Entonces hay negocios que debes atender. ¿Por qué no resolverlos hoy mismo?

    Tú no tienes que sentir nada para perdonar. Perdonar es una promesa que tú haces y cumples, sea que lo sientas o no. Y es más fácil perdonar – aún a quien pequé contra ti siete veces al día – si recuerdas el gran sacrificio de Jesucristo por tus pecados por medio del cual Él te perdonó. Y, entonces, también, recuerda todas las veces que Él te ha perdonado al día desde que eres creyente. Hay otra cosa que puede ayudar. Si tú has perdonado de verdad, no es la quinta, ni la tercera; no es ni siquiera la segunda vez. Si tú has sepultado la cosa anterior, perdonar de verdad –es siempre la primera vez.

 

 

¿Estás sacando cuenta de en cuánto vas a vender la vaca? Por Mercedes Cordero

Hace unos años atrás, mi esposo y yo fuimos a la iglesia de un pastor que él conoce. El pastor predicaba esa noche directamente a los miembros de su iglesia, diciendo: “Miren, hermanos, uno se prepara, se para aquí al frente a predicar, y se da cuenta que ustedes tienen la mente en otro lado. Fulanito viene a la iglesia, yo estoy predicando, y la mente se le va y se le va pensando en otras cosas, y cuando termina la predicación, ya sabe en cuánto va a vender la vaca”.

Piensa bien: ¿Cuántas veces has desarrollado el menú de la semana durante una predicación? ¿En cuántas ocasiones has redactado en tu mente un memo para la oficina durante el culto? ¿Cuándo fue la última vez que durante el servicio dominical pensaste en lo que debiste hacer el día anterior, lo que debiste contestarle a tu hijo o hija,  lo que debes decirle a tu jefe la próxima vez que te haga pasar un mal rato, las millas que le faltan a tu carro para cambiarle el aceite? ¿Cuántas veces has enviado un email o un mensaje de texto durante el culto o la clase de Escuela Dominical?

De todo eso, yo sé mucho sólo que cuando yo era adolescente no preparaba el menú de la semana, sino algún proyecto de escuela pendiente; no redactaba un memo pero sí un poemita que se me viniera a la mente; no pensaba en qué decirle a mis hijos o a mi jefe pero sí en lo que le debía decir a mis padres si no estaba de acuerdo con ellos en algo; no enviaba emails ni mensajes de texto pero sí papelitos escritos para bochinchar o relajar un rato en lo que era hora de irnos. Cuando terminaba el culto, la venta de la vaca se quedaba corta con todo lo que yo había hecho en mi mente.

Antes no podía verlo como lo veo ahora: es una cuestión de reverencia. Lo verdaderamente grave del asunto no es la falta de respeto al que dirige, al que está orando o hablando, o al que está predicando. Lo verdaderamente grave es que ofendemos a Dios. ¿Cómo te sentirías tú si le tratas de hablar a alguien que está todo el tiempo mirando hacia otro lado, buscando papelitos para escribir, hablando con otra persona? ¿Cómo se siente ser ignorado? ¿Cómo crees que se siente Dios, el Creador del universo, quien te creó a ti a Su imagen, quien envió a su único Hijo a morir por amor a ti, cuando quiere hablarte por medio de Su Palabra a través de la predicación y tú optas por hacerle caso a cualquier otra cosa? De toda la gente que conoces, ¿habrá alguien más importante que Dios? ¿Habrá alguien que merezca más atención que Dios? ¿Será posible que no podamos obviar por un par de horas todo lo demás para enfocarnos exclusivamente en el Señor?

A fin de cuentas, todos nos comportamos como adolescentes cuando se trata de la reverencia. Todos nos despistamos, nos entretenemos con facilidad, nos dormimos; pero nada nos justifica. Dios no sólo merece nuestra total atención, sino que la requiere, y nosotros en agradecimiento y amor a Él no deberíamos querer hacer otra cosa que enfocar nuestra atención en Él, callar ante Su presencia, estar quietos y conocer que Él es Dios. No deberíamos querer hacer otra cosa que, con un corazón agradecido, rendirle tributo reverente a Aquel que nos dio vida mediante Jesucristo cuando, muertos en nuestros delitos y pecados, no teníamos esperanza. Toda la gloria y nuestra atención debe ser para Él.

DEJEN DE SER MENTIROSOS, HABLANDO LA VERDAD Por Milton Villanueva

“Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.” -Efesios 4:25

     Aquí el apóstol Pablo comienza a aplicar la dinámica del “quita y pon” a cosas específicas. En este caso se trata de la mentira.  La mentira es parte del ropaje de la vieja criatura.  Todo el que miente es un mentiroso. Por tanto, el cristiano no puede ser un mentiroso como los no cristianos. Aquello de que “Jorge Washington nunca dijo una mentira” es de por sí una gran mentira  -“antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” –Romanos 3:4

     “Desechando la mentira” Así que la primera pieza de la vestidura de la vieja criatura que hay que echar a la basura es la mentira. En el original griego la palabra que ser usa para la mentira es “to pseudos”, que en buen español quiere decir falso.  Como en el caso de un escritor que usa un seudónimo, es decir que está usando un nombre falso para encubrir el suyo propio. 

     La mentira es un encubrimiento de la verdad.  Podemos hacerlo, negando, añadiendo, restando, exageran, callándola, distorsionando.  Los motivos para mentir también pueden ser varios:  no auto incriminarse, proteger una apariencia falsa, lograr un objetivo, engañar, justificarse o justificar algo, quedar bien, etc..  Pero no importa cuáles sean los motivos, en el último análisis, el mentiroso no es otra cosa que un pobre diablo engañador asustado, que no soporta enfrentar en público la verdad con que se enfrenta a solas consigo mismo.  La psicología etiqueta esta conducta persistente como una patología que se la denomina "mitomanía", un trastorno psicológico-paranoide.  La Biblia le llama por su nombre “pecado”.  Y porque corresponde a la vestimenta del viejo hombre, todo aquel que ama y practica la mentira estará excluido de la Vida Eterna – Apocalipsis  22:14-15.

     Pero un mentiroso deja de serlo, no cuando deja de mentir, sino cuando solamente dice la verdad –“desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo”.  La verdad y solamente la verdad es parte de vestimenta que le corresponde al cristiano.  Y hay otra gran razón para no mentirnos:  “porque somos miembros los unos de los otros.”  Somos miembros de Cristo y miembros los unos de los otros. Como miembros de Cristo, cuando mentimos, cometemos un sacrilegio contra lo que Él es, contra lo que nos ha hecho 

y contra los demás miembros de la misma iglesia en la que Dios nos ha puesto.  Dice Martyn Lloyd-Jones, que el que le miente a un hermano, también se está mintiendo a sí mismo que es parte del mismo cuerpo.

     Estamos de acuerdo en que se llega a ser un mentiroso por la práctica habitual de mentir.  Eso no significa que cuando nacemos de nuevo, automáticamente desaparecerá ese viejo hábito pecaminoso. Pero sí que teneos que bregar seriamente con despojarnos de algo de nuestra naturaleza pecaminosa que ya Cristo crucificó y venció en la cruz.  Tenemos que morir a la mentira y vivir para la verdad que es Cristo.  El diablo es padre de mentira, y cuando habla de mentira de sí mismo habla (Juan 8:44).  Nosotros no somos hijos del diablo sino hijos de Dios.

     Así como mentir es un hábito que tomó tiempo y práctica, decir la verdad también nos tomará tiempo y práctica para convertirse en un nuevo hábito de la nueva criatura creada a la imagen de Cristo. Posiblemente algunos debieran comenzar el cambio confesando a Dios su pecado y los hombres sus mentiras.  Y la iglesia podría ayudarlos confrontándolos con ellas, y perdonándolos. 

¿Cuánto es el diez por ciento de una peseta? Por Mercedes Cordero

Cuando era chiquita, los niños dábamos la ofrenda en el salón de clases de la Escuela Dominical. Mi padre se paraba a la entrada del anexo del templo con 75 centavos; así, según mis hermanas y yo le pasábamos por el lado para subir a nuestros salones, él nos repartía una peseta a cada una para que la diéramos de ofrenda. Hoy día, 25 centavos no suena a mucho, pero, en aquella época, con una peseta podíamos comprar todo un almuerzo en la cafetería de la escuela. Pero mis hermanas y yo teníamos muy claro que esos 25 centavos no eran para nuestro uso personal, ni para nuestros ahorros. Desde que mi padre los sacaba de su bolsillo, esos 25 centavos le pertenecían al Señor.

El tema de la ofrenda y el diezmo era muy común en nuestra casa: la importancia de ofrendar y lo imprescindible de dar el diezmo correctamente sin quedarnos con nada que no nos perteneciera. Y a esto le seguían ejemplos de familiares y conocidos que habían fallado en esto y habían tenido que enfrentar problemas o situaciones lamentables. Pero mis padres no nos contaban estas historias para infundirnos miedo, sino para enseñarnos que Dios es fiel a su Palabra al bendecir a aquellos que le obedecen y disciplinar a los que no cumplen lo que Él manda.

Por lo tanto, a nosotras nos enseñaron desde temprano a separar para el Señor una parte de lo que recibiéramos como ganancia. Responsablemente, mi padre se sentaba con nosotras a explicarnos cómo sacar el diezmo, y nos dejaba muy claro que eso era lo primero que se hacía. Nada de pagar alguna deuda antes de cumplir con el Señor. Primero, a Dios lo que es Dios; luego, a la American Express lo que es de la American Express. Y muy sabiamente nos instruía diciendo que, cuando cumplimos con lo que Dios nos manda, aunque parezca que el dinero no nos va a alcanzar, Dios se encarga de proveernos lo que necesitamos porque Él no deja al justo desamparado.

Con el paso del tiempo, y al tener que enfrentar situaciones difíciles, mi esposo y yo hemos comprobado que el Señor cumple sus promesas. Tan sólo nos basta con sacar cuentas a fin de año, o a la hora de llenar planillas, para darnos cuenta de que verdaderamente Dios nos ha suplido. Puede que mensualmente los gastos de la casa y el costo de vida nos abrumen, nos preocupen y quizás a algunos hasta les quite el sueño, pero de algo estoy segura: Dios es fiel y suple todo lo que nos falta.

Ofrendar y dar el diezmo no depende de la edad, de cuánto ganemos o de si nos sobra el dinero para hacerlo. No importa que tengas 16 años y apenas estás comenzando a trabajar, ni de que tengas 50 años y demasiadas responsabilidades económicas. Depende de si quieres obedecer a Dios o no, si quieres cumplir sus mandamientos o no, si puedes tener la confianza y seguridad de que el Señor, no importa tu situación, puede suplir y proveer para ti.

Todavía, al día de hoy, mi padre continúa “dándome la vuelta” de vez en cuando con esta pregunta: “¿Tú estás dando el diezmo?” Y, de momento, yo entro en pánico tratando de hacer memoria, de recordar cuándo fue la última vez que lo hice. Sin embargo, mis padres pueden estar tranquilos en esto: por la gracia de Dios, ésta fue una lección bien aprendida y puesta en práctica. De ellos aprendí (y así espero enseñarle a mi hijo) que debemos ser fieles al Señor, sea con una peseta o con grandes cantidades de dinero. El diez por ciento y la ofrenda le pertenecen a Dios; a fin de cuentas, todo lo que tenemos se lo debemos a Él.

 

“¡Ay, bendito! ¿Otra vez para la iglesia?” Por Mercedes Cordero

Ésa era mi queja a cada rato, y tenía una lista ensayada de excusas para no asistir: “Es que tengo examen mañana”, “Tengo un proyecto para mañana”, “Un grupo de mis amigos se va a reunir para estudiar/hacer un proyecto”, “En la escuela me dieron duro hoy, y estoy cansada”. Para lo que mis padres tenían una lista de respuestas: “Tú sabías que tenías ese examen desde la semana pasada. ¿Por qué no estudiaste con tiempo?”, “Ese proyecto no fue hoy que te lo asignaron. La próxima vez comienza a hacerlo desde que te lo digan”, “Ah, pues qué bueno que tus amigos se reúnan. Tú vas para la iglesia”, “Tiempo de más vas a tener para dormir y descansar cuando lleguemos de la iglesia”. Y sin más, nos íbamos para la iglesia.

Entre la edad de 12 y 18 años, ir a la iglesia era latoso para mí. Íbamos todos los domingos por la mañana y por la noche; los martes al estudio bíblico; los jueves al servicio de oración; y ni hablar de los fines de semana en los que había aniversario, campañas o actividades en el templo. “¿Pero se van a seguir inventando cosas para tener que ir a la iglesia?”, pensaba. En aquel momento no podía ver la importancia de asistir al culto ni podía entender la insistencia de mis padres de que fuéramos con ellos siempre.

Con el paso del tiempo, Dios se encarga de llamarnos eficazmente para salvación, y comenzamos a crecer en Él y a ver las cosas de otra manera. En la adolescencia, difícilmente podemos ver la importancia de asistir a la iglesia, y mis padres sabían esto, pero se encargaron de hacer hincapié en que por encima de todo lo que nosotros consideramos importante está la obediencia a la Palabra de Dios. Y eso se lo aplicaban a ellos y a mis hermanas y a mí.

Como padres, ellos conocían bien su responsabilidad delante de Dios de criarnos e instruirnos con una base firme en la Palabra. Esto comenzaba en nuestra casa y se solidificaba en los cultos de la iglesia. De esta forma, aprendí dos cosas muy importantes que espero poder enseñar al hijo o hijos que Dios nos conceda.

Primero, aprendí lo esencial: que, por encima de todo, es a Dios a quien debemos obediencia, y, luego, a papi y a mami. Dios manda en su Palabra a que nos congreguemos. ¿Cuántas veces a la semana? No especifica, pero desde pequeña aprendí que siempre que uno tenga la oportunidad de asistir a un culto de la iglesia debe aprovecharla porque, definitivamente, mejor es un día en la casa de Dios que mil fuera de ella. En los cultos le rendimos a Dios la gloria y el tributo que Él merece, y crecemos en el conocimiento de Dios y su Palabra. ¿Habrá algo más importante que esto?

Segundo, aprendí que mi iglesia es mi familia, que el amor de Dios que nos une es mucho más fuerte que cualquier lazo que nos una con otras amistades. Nuestros hermanos de la iglesia lloran con nosotros en nuestro dolor, ríen con nosotros en nuestras alegrías, nos aconsejan, nos animan, oran por nosotros, se preocupan por nosotros. Nos aman y así lo demuestran.

Mi oración es fomentar en mi hijo desde pequeño la importancia de asistir a los cultos de la iglesia en obediencia a la Palabra y porque es una bendición para la familia y para cada uno individual. El día que me ponga excusas, respiraré profundo y sacaré, quizás, una respuesta de la lista que tenían mis padres porque, a pesar de lo reacia que estaba en aquella época, el resultado final valió la pena.

 

 

¿Quién está en control? Por Mercedes Cordero

Cuando era adolescente y pedía permiso para ir al cine, tenía que hacerlo con una semana de anticipación, y mi padre me contestaba “No sé. Déjame pensarlo”. Entonces, me pasaba la semana completa detrás de él preguntándole si ya lo había pensado y cuál era su contestación, a lo que él me decía que no, que todavía no lo había pensado. Llegado el día de la salida al cine, y todavía sin saber si podía ir o no, volvía donde mi padre a preguntarle si tenía su permiso para ir al cine, a lo que él, muy serio, respondía “¿Qué cine? Tú no me preguntaste nada de ir al cine”.

A muchas personas esto le parecería una tortura. En mi casa, ya se había convertido en una rutina un tanto graciosa que nunca tenía garantizada una contestación final. Como hija, me desesperaba, pero ahora como adulta me doy cuenta que esto me sirvió de mucho.

Me enseñó a ser paciente. Por más que yo insistiera, la repuesta de mi papá llegaría cuando él lo decidiera. A mí me tocaba respirar profundo y esperar. Me tocaba enfocarme en otras cosas más importantes como estudiar o hacer los deberes del hogar. Me tocaba aprender que las cosas no son cuando uno diga, como uno diga o porque uno lo diga.

Me enseñó que no siempre iba a obtener lo que quería. Aunque uno no lo quiera aceptar cuando es joven, la realidad es que los padres saben más que nosotros, y están llamados a velar por nuestro bienestar, por lo que más nos conviene. Y no siempre lo que nosotros queremos o anhelamos es lo que más nos conviene. En la vida, no siempre tenemos lo que esperamos, y eso lo aprendí desde temprano, y aprendí a aceptarlo.

Me enseñó a respetar. La decisión de mi padre era final y firme, no importa que insistiera y persistiera en tratar de convencerlo. No podía salir con malascrianzas, ni gritarle, ni exigirle. Lo que él decidiera, eso era y punto. Podía pensar que era injusto, que no me entendía, que si fuera yo, yo dejaría salir a mi hija, pero, a fin de cuentas, tenía que respetar su decisión y acatarla.

Me enseñó, finalmente, quién era la cabeza del hogar. Eso siempre estuvo muy claro en mi casa. Nada de opiniones encontradas ni divididas entre mis padres, por lo menos frente a sus hijas. Nada de que mi mamá nos dijera que sí y mi papá nos dijera que no y se formara un reperpero. Ellos lo hablaban, y mi padre, como la cabeza, daba el resultado final, nos gustara o no.

Al fin y al cabo, fueron muchísimas más las veces que salí con mis amistades que las veces que me dijeron que no. Pero, en aquella época, me enfocaba más en los pocos “No” que en los muchos “Sí”. Sin embargo, hoy puedo darle gracias a Dios por la forma en que me criaron desde pequeña; porque hoy soy quien soy por la formación que tuve en el Señor. Y mis hermanas y yo nos hemos mantenido firmes en el Señor por Su gracia y porque fuimos bien instruidas en Su camino, por lo que ahora de adultas no nos apartamos de él.

Como padres, quizás mi esposo y yo no utilicemos las mismas técnicas que mis padres, pero sí esperamos inculcarle a nuestro hijo los mismos valores y enseñanzas que la instrucción en la disciplina y el amor del Señor forjan en los hijos.

 

 

La Entrada Triunfal

Esta semana, celebrando el acto más importante que ha ocurrido en la historia humana, vamos a hablar acerca del evento más claro para la humanidad de ver quien era verdaderamente Jesús. En Mateo capítulo 21 leemos que Jesús venía de regreso a Jerusalén desde Jericó, para la celebración de la Pascua. Pero antes de hablar acerca de este tema, vamos a irnos al Antiguo Testamento para entender que significaba la Pascua.

En el libro de Éxodo, leemos como el pueblo de Israel se encontraba en la tierra de Egipto, donde era oprimido por el faraón y su pueblo. Israel era esclavo, y por lo tanto era puesto a realizar los trabajos forzados en tierra ajena. El pueblo de Dios clama y el libro nos dice que Jehová escuchó sus plegarias y toma a un hombre del pueblo de Israel para liberarlos. Este hombre era Moisés.

Una vez que Moisés fue instituído por Dios como el que iba a guiar a Israel hacia su libertad, Dios le dice a Moisés que hable con faraón y le pida la liberación del pueblo de Jacob. Después de varias ocasiones, faraón se niega a liberarlos, y Dios le dice a faraón a través de Moisés que de no liberarlos, mataría a todos los primogénitos de Egipto, tanto de hombres como de ganado.

Faraón se niega a liberarlos, pero Dios le avisa a Su pueblo, que ese día, deberían tomar un cordero y sacrificarlo, y su sangre la colocarían en los dos postes y el dintel de las casas de Israel, y luego comerán la carne del cordero, que debía ser un cordero sin ningún defecto, y estar preparados para salir de la tierra de Egipto (Éxodo 12: 1-12).

Ese día, debería ser recordado por todas las generaciones, y por ello todos los años, en el mes primero (Nisán), en el décimo día, debían tomar el cordero y por cuatro días lo cuidarían, y al cuarto día lo sacrificarían, comerían su carne, y con su sangre marcarían sus casas. Con esto, Dios les ordenaba a los israelitas, que recordaran el día en que fueron liberados de Egipto.

En Mateo, entonces, leemos que Jesús venía de Jericó a Jerusalén a celebrar la Pascua, el día diez del mes primero judío (Nisán). Pero antes de entrar a la ciudad, Jesús le ordena a sus discípulos que fueran a la aldea contigua y tomaran una asna y un pollino y que se los trajeran a Él

-“diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego
hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y
traédmelos. Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará.
”- Mateo 21: 2-3


Jesús monta el pollino y entra a Jerusalén seguido por una gran multitud, la cual le seguía desde Jericó, y había presenciado los milagros que había hecho. Esta gran multitud gritaba alegre, sacudía palmas, las cuales significaban libertad para Israel, y tiraban sus ropas frente al camino de Jesús, lo cual se le hacía a la realeza (Lucas 19: 28-40).Mientras Jesús bajaba el Monte de los Olivos, los fariseos que se encontraban en un monte, presenciaban este increíble hecho. Porqué increíble? Veamos Zacarías 9:9 para poder responder esta pregunta.

Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he
aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre
un asno, sobre un pollino hijo de asna.
” Zacarías 9: 9

Debemos tener muy claro que Jesús conocía cual era el plan de Dios, y los fariseos, al igual que Él, se conocían perfectamente el Antiguo Testamento. No sólo se lo conocían, pero se lo sabían de memoria. Por lo tanto, Jesús no tomó el pollino para hacerle ver al mundo que era humilde, sino para hacerle ver al mundo que Él era el Mesías. Para hacerle ver a los fariseos, los cuales al presenciar este espectáculo (la gran multitud gritando ¡Hosana! ¡Hosana! y al salvador de Israel montado en un pollino) que Él era aquel del que profetizaban las escrituras. Por razones que no están muy claras en la Biblia, los fariseos, no podían creer lo que estaba ocurriendo, pues en su mente, a pesar de que las escrituras sagradas decían otra cosa, el Mesías vendría en un caballo blanco y sería aquel que los libertaría de la opresión que estaban sufriendo en ese momento por el pueblo de Israel. Los escritos judíos, específicamente, en el Talmud, en el libro de Sanhedrín 8, escriben los antiguos que el Mesías llegaría a Israel en un caballo blanco si el pueblo estaba preparado, pero vendría en un pollino si el pueblo no estaba preparado (lo cual sabemos fue lo que ocurrió).

Era claro que ellos estaban presenciando lo que Zacarías había escrito cientos de años antes acerca de la venida del Mesías, pero no quisieron abrir sus ojos. En Lucas leemos que estos fariseos llegan a Jesús y le dicen que calle a los que le siguen, que les diga que paren de cantar: Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo y gloria en las alturas! (Lucas 19: 38). Pero Jesús les responde que si ellos no estuvieran gritando, entonces las rocas gritarían por ellos.

Es decir Cristo les dijo que nada podía impedir que ese día fuera manifestado el verdadero Jesús, aquel que había sido profetizado por los profetas del Antiguo Testamento, el salvador de Israel y la bendición de todas las naciones, pero como decían también las escrituras hebreas, debido a que no estaban preparados, no pudieron ver que su rey venía a ellos en un pollino.

Reforma

1a Corintios 1:10-17

Los grandes y poderosos de este mundo han empezado a perseguir y a hacer odiosa la doctrina de Cristo situándola bajo el nombre de Lutero, y esto de un modo que quien predica en cualquier lugar la doctrina de Cristo es tachado de “luterano” aunque se trate de alguien que ni siquiera ha leído los escritos de Lutero y se atenga únicamente a la Palabra de Dios. Y es lo que viene ocurriendo conmigo. Pero el caso es que antes que hubiese conocido siquiera el nombre de Lutero, yo ya había empezado en el año 1516 a predicar el evangelio de Cristo…

Para poder predicar me dediqué hace diez años a estudiar a fondo la lengua griega, con el fin de conocer la doctrina de Cristo en su lenguaje original. Que otros juzguen si con esto he obrado debidamente; pero cierto es que Lutero no me indujo a ello. Repito que desconocía su nombre y llegó a mis oídos dos años después de haberme atenido por mi cuenta a la Sagrada Escritura.

Los papistas, sin embargo, me aplican a mí y a otros el nombre de Lutero, como antes he dicho, y lo hacen por maldad, y dicen:

“Indudablemente eres un “luterano” y predicas tal y como Lutero escribe.”

A esto sólo me cabe replicar:

“También predico igual que San Pablo predicaba. ¿Por qué no preferís llamarme ‘paulinista’? Además, predico la Palabra de Cristo, ¿por qué no preferís llamarme ‘cristiano’?”

Ulrico Zuinglio


Antología, por M. Gutiérrez Marín, págs. 59-60


Moraleja: Exactamente nos pasa a los calvinistas hoy, pero de parte de los mismos cristianos.

 

El Pacto de Gracia

El Pacto de Gracia DR. LEONARD J. COPPES (Traducido por Mercedes Cordero y Carmen G. Villanueva) LO QUE ENSEÑA LA BIBLIA ACERCA DEL PACTO Un pacto es un acuerdo entre dos o más personas. Este concepto identifica varios acuerdos contractuales descritos en la Biblia. Aunque el concepto fundamental del pacto es relativamente fácil de exponer, no es fácil de definir puesto que se aplica a diferentes tipos de pactos registrados en la Biblia. Hay pactos que son bilaterales, o entre dos partes que mutuamente acuerdan, tal como el pacto entre Abraham y Abimelec (Génesis 21:27) y el pacto entre David y Jonatán (1 Samuel 20:8,18). Se podría dar otros ejemplos de pactos bilaterales, pero con estos dos ejemplos queda claro que la palabra “pacto” puede representar un convenio ente dos o más personas.

Grandes Incentivos Para La Oración

“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” Mateo 7:7 Si usted es uno de tantos cristianos que necesitan algún incentivo para su vida actual de oración, aquí están algunos de los mejores: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” -Mateo 7:7. Todos ellos son imperativos divinos acerca de la oración que nos sugieren la iniciativa, persistencia e insistencia que la oración demanda. Y reflejan un patrón de progresión y exploración de todas las alternativas y recursos que encierra la oración.

Entendiendo la Doctrina Bíblica del Pecado Original

Es imposible entender la naturaleza y grandeza de la salvación si no entendemos de qué y cómo. Las respuestas a estas preguntas son: “del pecado” y “por medio de Cristo”, y pueden parecernos simples a primera vista. Pero lo que esto implica o cómo se interpreta es lo que hace la diferencia, y lo que ha generado interminables controversias dentro de la Iglesia desde los primeros siglos.

¿Por qué la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa Bautiza infantes?

¿Le sorprende a usted que aunque somos presbiterianos, somos también bautistas? La verdad, es que nosotros sí bautizamos. Nuestro descuerdo con nuestros hermanos “bautistas”, no es sobre si debemos bautizar; es sobre a quiénes debemos bautizar. Nosotros bautizamos a creyentes profesantes y a sus hijos. ¿Por qué nosotros bautizamos sus hijos?

¿ES EL BAUTISMO DE NIÑOS...?

La respuesta categórica a esta pregunta es: SÍ. Por supuesto, que el bautismo de adultos es evidentemente bíblico. Por lo que, en lo que a el respecta, no tenemos que probar nada. No ocurre lo mismo con el bautismo infantil o de niños. Pero, el que no sea tan obvio, no significa que no sea probable. Es muy común en nuestros días hacer pruebas de DNA para demostrar la paternidad de criaturas, las cuales al nacer no traen un sello en la frente con el nombre del padre, pero un examen científico puede demostrar a quien corresponde su paternidad. Lo mismo ocurre con el bautismo infantil; lo único, que en este caso no podemos mandarle a hacer un DNA. La prueba aquí tiene que ser bíblica. Y esto nos lleva inmediatamente a establecer como autoridad, la única base de fe y obediencia del cristiano: Las Sagradas Escrituras. Sin embargo, es necesario clarificar, que entendemos, que la Palabra de Dios comprende tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Y que ambos testamentos constituyen una revelación histórica y progresiva, y por lo tanto, una unidad sin errores ni contradicciones, ya que “toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Lo próximo para facilitar la discusión de este tema es despejar el camino de algunos prejuicios o ideas erróneas:

Machen y la OPC

Machen y la OPC D. G. Hart J. Gresham Machen (1881-1937) fue la figura principal en la fundación de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa, no por otra razón que no fuera la controversia presbiteriana en la cual él tuvo un desempeño crucial que culminó en el inicio de la denominación en 1936. Mahen, un distinguido erudito del Nuevo Testamento en el Seminario Princeton desde 1906 a 1929, defendió la confiabilidad histórica de la Biblia en obras tales como The Origin of Paul's Religion (El Origen de la Religión de Pablo - 1921) y The Virgin Birth of Christ (El Nacimiento Virginal de Cristo - 1930). Emergió como el vocero principal de los Presbiterianos conservadores haciendo críticas devastadoras a los Protestantes modernistas en sus conocidos libros Christianity and Liberalism (Cristiandad y Liberalismo - 1923) y What is Faith? (¿Qué es fe? - 1925).