Entendiendo la Doctrina Bíblica del Pecado Original
Por Milton Villanueva
Es imposible entender la naturaleza y grandeza de la salvación si no entendemos de qué y cómo. Las respuestas a estas preguntas son: “del pecado” y “por medio de Cristo”, y pueden parecernos simples a primera vista. Pero lo que esto implica o cómo se interpreta es lo que hace la diferencia, y lo que ha generado interminables controversias dentro de la Iglesia desde los primeros siglos.
Todos los que nos apoyamos en la Biblia como la Palabra de Dios, y la aceptamos como nuestra única regla de fe y conducta, sabemos que hubo un hombre histórico llamado Adán, que pecó. Sin embargo, no es al primer pecado a lo que llamamos pecado original sino a su alcance y consecuencias. El origen de la controversia se remonta al siglo cuarto. Los protagonistas son dos monjes: Agustín y Pelagio.
El contexto de la controversia
Agustín, acentuando la necesidad de la gracia de Dios en la vida humana hizo la siguiente oración: “Oh Dios, da lo que tú mandas, y manda lo que tu quieras.” Pelagio reaccionó a esto con el siguiente razonamiento: “Si Dios demanda algo del hombre, es porque el hombre tiene la capacidad o habilidad moral para responderle a Dios. De lo contrario, sería injusto que Dios le demandara al hombre aquello que Él sabe que no puede hacer.” Partiendo de esta premisa equivocada, Pelagio elaboró toda una doctrina acerca del pecado original. Decimos equivocada, porque Dios, aún a sabiendas de que el hombre no puede guardar perfectamente la ley moral, entiéndase los Diez Mandamientos, exige una obediencia perfecta, a sabiendas de nuestra para incapacidad moral para cumplirlos perfectamente.
El Pecado Original según el Pelagianismo
En resumen, esto fue lo que enseñó Pelagio:
Que el hombre fue creado esencialmente bueno. Que podía ser modificado “accidentalmente” pero no “esencialmente”.
Que el pecado de Adán fue algo “accidental”, pero luego de pecar, permaneció “esencialmente” bueno. Que su naturaleza moral quedó intacta.
Que, en consecuencia, ninguna de sus “habilidades” o “atributos personales” fueron afectados en forma alguna por el pecado. El pecado fue, algo así, como el que comete una equivocación, y luego rectifica, y puede volver o no volverlo a hacer. Así que, esencialmente, su intelecto, sentimientos y voluntad, no sufrieron daño alguno por el pecado.
Que el pecado de Adán le afectó a él y solamente a él. Por lo tanto, no hay ninguna culpa, juicio o corrupción que hayan sido traspasados a su descendencia. Y que todos los seres humanos nacemos con la misma condición moral de Adán antes del pecado.
De esta manera, Pelagio defendió que luego del pecado, el ser humano permaneció siendo esencialmente bueno, con todas sus habilidades intactas, incluyendo su “libre albedrío”. De acuerdo a Pelagio cada infante que nacía en este mundo, lo hacía en la misma condición de Adán antes del pecado. No hay que ser una autoridad en el conocimiento bíblico para darse cuenta que Pelagio estaba sinceramente equivocado
Agustinianismo
Las enseñanzas de Agustín se resumen así:
Que antes del pecado, “Adán tenía la habilidad para pecar y para no pecar, pero que luego de “la caída” (entiéndase su pecado), ya no poseyó la inhabilidad para pecar o, lo que es igual, la habilidad para no pecar. En otras palabras, que después de la caída ya no podemos vivir sin no pecar.
Que esencialmente el hombre sufrió una transformación moral de su naturaleza. Pecamos porque somos pecadores.
Que los efectos del pecado: la corrupción de la naturaleza humana, la culpa y la condenación, han alcanzado a todos los descendientes de Adán por generación natural. Desde el vientre de nuestra madre ya somos pecadores.
Que las determinaciones volitivas del hombre están determinadas por su condición pecaminosa.
En fin, en lo que corresponde a la salvación, esta tiene que ser enteramente por gracia, haciendo necesario el nuevo nacimiento o regeneración para que el hombre pueda ser movido al arrepentimiento y la fe. Este capítulo de la controversia culminó con la condenación de Pelagio en el Concilio de Cartago en el año 418. Pero sus primos-hermanos, los semi-pelagianos reaparecerán en plena efervescencia de la Reforma Protestante del Siglo XVI, y le darán a la Iglesia reformada, la oportunidad de contender ardientemente contra las enseñanzas de un “pelagius revividus”.
Semi-Pelagianismo
Retomando la causa de Pelagio, surgió lo que se llamó el “Semi-Pelagianismo”, asumiendo, lo que ellos entendían era un punto intermedio entre las posiciones de Agustín y Pelagio. Fue, algo así como un pelagianismo rebajado, que aceptaba en parte, los efectos, consecuencias y alcance del pecado de Adán, tanto en él como en su posteridad, pero que le reserva al hombre una dosis de buena voluntad como para poder cooperar con la gracia de Dios en la conversión. El Semi-Pelagianismo enseña que el hombre con sus propios poderes naturales está habilitado para dar el primer paso hacia la conversión, y entonces, logra la asistencia del Espíritu Santo. Una máxima que caracteriza all semipelagianismo es “me corresponde a mí estar dispuesto a creer, y a la gracia de Dios asistirme”.
Los líderes de la Reforma Protestante del Siglo XVI rechazaron tanto el Pelagianismo como el Semi-Pelagianismo sobre la base de que ambos sistemas de doctrina eran contrarios a las enseñanzas bíblicas. Siguiendo a Agustín, los reformadores retomaron las enseñanzas acerca de la soberanía de Dios, la total depravación humana y la elección incondicional. Estas fueron las posiciones mantenidas por Lutero, Zuinglio, Melancthon, Bullinger, Bucer y, por supuesto, por Juan Calvino. De paso, la obra literaria más importante escrita por Lutero es La Voluntad Determinada, una apología contra “el libre albedrío” defendido por Desiderio Erasmo en su Diatriba. Y compara lo que tan vilmente había hecho, con tomar una bandeja de plata fina para cargar estiércol. A ese tono de repugnancia había llegado el semipelagianismo frente al celo por la “sola Scriptura” de Lutero y los demás reformadores de la Iglesia.
Martín Lutero escribió acerca del pecado original: “De acuerdo con el apóstol y su simple sentido de estar en Cristo Jesús, no es meramente una insuficiencia de cualidad en la voluntad, o una mera insuficiencia de iluminación en su intelecto, o de fuerza en la memoria. Por el contrario, es una completa depravación de toda la rectitud y la habilidad de todo poder del cuerpo, al igual que del alma, y del interior y exterior entero del hombre. En adición a esto, es una inclinación al mal, una repugnancia a lo bueno, una inclinación opuesta hacia la luz y la sabiduría; es el amor al error y las tinieblas, un escape de las buenas obras, y un aborrecimiento de ellas, un correr hacia el mal...”
Por eso, tanto Lutero como los demás reformadores se pararon firmes en que es “Sólo por Cristo”, “Solo por Gracia” y “Solo por Fe” que el hombre puede ser salvo. Y a su vez estas “solas” de la reforma, no son sino el eco de Pablo: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes sino que es el regalo de Dios.” (Efesios 2:8)
Arminianismo
Jocobo Arminio se convierte en el próximo abanderado del Semi-Pelagianismo. Generó toda una controversia contra las enseñanzas de la Reforma, y contra las enseñanzas del mejor de sus exponentes, Juan Calvino. Arminio resumió sus argumentos en cinco puntos contra el calvinismo, los cuales fueron refutados y condenados en el Sínodo y los Cánones de Dort en el año 1618. A partir de entonces se hablará de los Cinco Puntos del Calvinismo, que en realidad, no corresponden exactamente a un sistema enseñado por Calvino y los Reformados de su época, sino a una estructura apologética generada por la controversia ante el sínodo.
Para entender bien el eje de la posición reformada sería bueno considerar las observaciones de J.I. Packer: “Para los Reformadores, el asunto crucial no fue, simplemente, como Dios justifica a los creyentes sin las obras de la ley. Se trató de un asunto más abarcador, cómo a los pecadores que están completamente impotentes en su pecado, Dios, a pesar de eso, los salva por su libre, incondicional e invencible gracia, no solamente justificándolos por los beneficios de la obra de Cristo cuando vienen a la fe, sino, cómo los resucita de la muerte del pecado por Su Espíritu de vida para traerlos a la fe. Estas dos teologías conciben el plan de salvación en términos bien distintos. Una hace la salvación depender de la obra de Dios, la otra en la obra del hombre; una requiere la fe como parte del regalo de salvación de Dios, la otra como la contribución propia del hombre a su salvación; una le da la gloria de la salvación a Dios, la otra divide la gloria entre Dios y el hombre, al poder decir: “Dios construyó la maquinaria de la salvación, y el hombre la opera al creer.”
Uno podría distinguir ambas enseñanzas así: La diferencia entre ellos, no es primordialmente una de énfasis sino de contenido. Uno, (el calvinismo) proclama a un Dios que salva; el otro (el arminianismo) a un Dios que hace posible la salvación y al hombre salvable. En el primer caso, la salvación estará asegurada por el Dios que lo salva particularmente. En el segundo, el objeto de la salvación es toda la humanidad pero nadie en particular. En el primer caso, Dios es quien salva mediante su soberana, libre e incondicional elección. En el segundo, el hombre se salva cuando él quiera por su libre albedrío, e inclusive, puede perder la salvación cuando él mismo lo decida, o dependiendo de él. Para el calvinista la clave es la gracia de Dios, para el arminiano, la clave es su libre albedrío. En un lado (calvinista), Dios se lleva toda la gloria en nuestra salvación. En el otro (arminiano), la comparte con el hombre al éste cooperar con Él en ella.
Ante estos contrastes, uno tiene que llegar a la conclusión de que los dos no pueden estar en lo cierto. Y lo terrible es que de lo que se trata es de la salvación.
Lo que la Biblia enseña
La Biblia es la mejor intérprete de sí misma, y para los que creemos que ella es la Palabra de Dios, constituye nuestra única regla de fe, conducta y práctica. La pregunta que nos debemos hacer es: ¿Hacia dónde se inclina la balanza bíblica? Esa es la tarea que nos ocupa. Por supuesto, que no vamos a defender lo indefendible, sino lo que creemos que es la enseñanza fiel de la Palabra de Dios. Y en esto nos suscribimos a las palabras del Príncipe de los Predicadores, C.H. Spurgeon, quien dijo lo siguiente: “La antigua verdad que San Pablo predicó, que San Agustín predicó, y que Calvino predicó, es la verdad que yo también debo predicar, de no hacerlo dejaría de ser fiel a mi conciencia y a mi Dios.”
La doctrina bíblica del pecado original, no se refiere, simplemente, al hecho mismo del primer pecado cometido por Adán y Eva, sino a las consecuencias de ese pecado. El pecado original es la corrupción heredada de nuestros padres, así como la condenación por su transgresión original. Y, por supuesto, al grado y alcance de estos. En el lenguaje reformado, nos referimos a estas realidades como “depravación total”. Término que de entrada, puede ser mal interpretado, y por lo cual algunos teólogos reformados prefieren llamarlo “corrupción radical”. Pero, como el hábito no hace al monje, lo importante no es la etiqueta sino el contenido.
Por “depravación total” o “corrupción radical”, no se quiere decir que todo ser humano es tan malo como puede llegar a ser, sino que todas las áreas o partes de la vida humana (su vida intelectual, emocional y volitiva) han sido corrompidas en alguna medida por el pecado.” Y que esta corrupción es lo suficientemente extensiva, radical (desde las raíces) y de tal grado, como para inclinarnos hacia el pecado e inhabilitarnos para cualquier iniciativa o bien espiritual que conduzca a la salvación. Que si bien, luego de la caída el hombre se hizo esclavo del pecado, según el mismo Cristo lo dijo (“Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado” (Juan 8:34)) el hombre es un esclavo voluntario, que actúa según los dictámenes de su propio corazón que está dominado por el pecado. Si a esto queremos llamarle “libertad” o “libre albedrío” o de alguna otra manera, da lo mismo. Es el mismo perro con diferente collar. Lo que importa es la realidad: “todo el que peca es esclavo del pecado”; y lamentablemente, ningún hombre ha escapado a esta realidad, sino sólo nuestro Señor Jesucristo.
El hombre no ha podido escapar tampoco del juicio y condenación de Dios por su pecado: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron” (Romanos 5:12). Y, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”(Romanos 3:23). El hombre que no ha sido regenerado, está MUERTO EN PECADO, y su VOLUNTAD ESTA ESCLAVIZADA a su malvada naturaleza; y cuando tiene que “elegir” entre el bien y el mal, siempre optará por el derrotero del pecado que lo domina.
Si usted quiere tener una idea bien clara de la condición de toda la humanidad a partir del primer pecado de nuestros padres, Adán y Eva, aquí está: “No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se ha descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo! Su garganta es un sepulcro abierto; con su lengua profieren engaños. ¡Veneno de víbora hay en sus labios! Llena está su boca de maldiciones y de amargura. Veloces son sus pies para ir a derramar sangre; dejan ruina y miseria en sus caminos, y no conocen la senda de la paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-18). Y , en consecuencia, añade el apóstol Pablo: “para que todo el mundo se calle la boca y quede convicto delante de Dios (vers. 19). Como si esto no fuera suficiente, y todavía pensáramos que cuando Dios nos pide o manda algo, es porque tenemos la bondad o habilidad natural de hacerlo, nos dice el apóstol: “nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley; más bien, mediante la ley cobramos conciencia del pecado” (vers. 20).
Un informe forense más completo
Por supuesto, que no podemos citar aquí todos los versículos bíblicos, pero leamos, por lo menos algunos de ellos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que describen la condición del hombre antes de ser regenerado por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios.
En Génesis 6:5 se nos dice que vio “el Señor que la maldad del ser humano en la tierra era muy grande, y que todos pensamientos tendían siempre hacia el mal.”
Eclesiastés 9:3 - “el corazón del hombre reboza de maldad.”
Jeremías 17:9 – “Nada hay tan engañoso como el corazón, no tiene remedio.”
Y escuche esto de la boca del mismo Cristo: “Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona.” Cuando a usted los humanistas, o los que “sorfean” montados en las olas de la Nueva Era, o los del Pensamiento Positivo y Tenaz, le invitan a encontrar el bien dentro de usted mismo, lo engañan.
El hombre, de acuerdo a la maldad de su entenebrecido corazón, siempre optará por no venir a la luz. “Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos” (Juan 3:19). Y sus hechos son malos porque proceden de un mal corazón.
Y de la mente, ¿Qué nos dice Dios en su Palabra? “La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:23-24).
Y un cuadro más completo de nuestra condición, antes del nuevo nacimiento a la nueva vida, nos lo da Pablo en la Epístola a los Efesios 2:1-3: “En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás éramos por naturaleza objetos de la ira de Dios.”
Hay mucha más evidencia en la Palabra de Dios, pero “para muestra basta un botón”. Con este informe oficial forense inspirado por el Espíritu de Dios, le pregunto si usted todavía puede concebir otra forma en que un pecador llegue a ser salvo, que no sea por la pura, soberana y eficaz gracia de Dios. ¿Puede un muerto escuchar? No. ¿Puede un esclavo del diablo liberarse a sí mismo? No. ¿Puede un muerto resucitarse a sí mismo? ¡Imposible! ¿Puede un corazón, un pensamiento, una voluntad que lo que desea es el pecado, que no puede ni quiere sujetarse a la voluntad de Dios, hacer algo de su propia iniciativa para ser salvo? Sería tan ilusorio como pensar en pajaritos preñados! ¿Podría este hombre cooperar con Dios en su salvación, o Dios esperar que lo haga? Sería una idea tan descabellada como para pensar que Dios ha perdido la cabeza. ¿Dejaría Dios el valor y la eficacia de la obra salvadora de su Hijo Amado, Jesucristo, a la discreción de los que somos por naturaleza sus enemigos, para ver si la quieren aceptar? ¿Arriesgaría el plan eterno de salvación, el Pacto Eterno de Redención, la Sangre del Pacto Eterno, sometiéndolos a un supuesto “libre albedrío” del hombre, que no es otra cosa que un esclavo voluntario del pecado, y un subordinado reducido a la desobediencia por Satanás?
Y, finalmente, ¿cree que si en realidad Dios se propuso salvarlo a usted, habiendo Él mismo dado este informe forense en su Palabra, esté esperando que usted coopere con él, o que sea socio suyo en lograr su salvación? Si la salvación no es de principio a fin por la sola gracia de Dios; si no inicia con la regeneración o el nuevo nacimiento; si no es Dios quien primero nos imparte vida por su Espíritu y su Palabra, entonces, nuestra salvación no sería sino una misión imposible lograr. Pero para Dios no hay nada imposible.