Hace unos años atrás, mi esposo y yo fuimos a la iglesia de un pastor que él conoce. El pastor predicaba esa noche directamente a los miembros de su iglesia, diciendo: “Miren, hermanos, uno se prepara, se para aquí al frente a predicar, y se da cuenta que ustedes tienen la mente en otro lado. Fulanito viene a la iglesia, yo estoy predicando, y la mente se le va y se le va pensando en otras cosas, y cuando termina la predicación, ya sabe en cuánto va a vender la vaca”.
Piensa bien: ¿Cuántas veces has desarrollado el menú de la semana durante una predicación? ¿En cuántas ocasiones has redactado en tu mente un memo para la oficina durante el culto? ¿Cuándo fue la última vez que durante el servicio dominical pensaste en lo que debiste hacer el día anterior, lo que debiste contestarle a tu hijo o hija, lo que debes decirle a tu jefe la próxima vez que te haga pasar un mal rato, las millas que le faltan a tu carro para cambiarle el aceite? ¿Cuántas veces has enviado un email o un mensaje de texto durante el culto o la clase de Escuela Dominical?
De todo eso, yo sé mucho sólo que cuando yo era adolescente no preparaba el menú de la semana, sino algún proyecto de escuela pendiente; no redactaba un memo pero sí un poemita que se me viniera a la mente; no pensaba en qué decirle a mis hijos o a mi jefe pero sí en lo que le debía decir a mis padres si no estaba de acuerdo con ellos en algo; no enviaba emails ni mensajes de texto pero sí papelitos escritos para bochinchar o relajar un rato en lo que era hora de irnos. Cuando terminaba el culto, la venta de la vaca se quedaba corta con todo lo que yo había hecho en mi mente.
Antes no podía verlo como lo veo ahora: es una cuestión de reverencia. Lo verdaderamente grave del asunto no es la falta de respeto al que dirige, al que está orando o hablando, o al que está predicando. Lo verdaderamente grave es que ofendemos a Dios. ¿Cómo te sentirías tú si le tratas de hablar a alguien que está todo el tiempo mirando hacia otro lado, buscando papelitos para escribir, hablando con otra persona? ¿Cómo se siente ser ignorado? ¿Cómo crees que se siente Dios, el Creador del universo, quien te creó a ti a Su imagen, quien envió a su único Hijo a morir por amor a ti, cuando quiere hablarte por medio de Su Palabra a través de la predicación y tú optas por hacerle caso a cualquier otra cosa? De toda la gente que conoces, ¿habrá alguien más importante que Dios? ¿Habrá alguien que merezca más atención que Dios? ¿Será posible que no podamos obviar por un par de horas todo lo demás para enfocarnos exclusivamente en el Señor?
A fin de cuentas, todos nos comportamos como adolescentes cuando se trata de la reverencia. Todos nos despistamos, nos entretenemos con facilidad, nos dormimos; pero nada nos justifica. Dios no sólo merece nuestra total atención, sino que la requiere, y nosotros en agradecimiento y amor a Él no deberíamos querer hacer otra cosa que enfocar nuestra atención en Él, callar ante Su presencia, estar quietos y conocer que Él es Dios. No deberíamos querer hacer otra cosa que, con un corazón agradecido, rendirle tributo reverente a Aquel que nos dio vida mediante Jesucristo cuando, muertos en nuestros delitos y pecados, no teníamos esperanza. Toda la gloria y nuestra atención debe ser para Él.