Los medios de comunicación se preparan para el recuento noticioso del año. Lo hacen porque seguramente han comprobado el interés de la gente en recordar lo que pasó durante los pasados doce meses. Seguramente habrá recuerdos tristes, alegres y otros que trataremos con indiferencia. Pero, en el último análisis, “agua pasada no mueve molino”. Satisfaremos nuestra memoria y curiosidad, y todo seguirá inalterable a nuestro paso.
Y es que “el qué” y “el por qué” de las cosas no tienen poder mágico sobre la conducta como algunos suponen. Posiblemente, la cruda realidad devengada de este conocimiento nos haga más daño que bien. A decir verdad, el cristiano debe estar más interesado en “el para qué” de las cosas. La razón es simple, Dios está en control de todo lo que pasa en nuestras vidas. Nada nos sucede por casualidad o accidente, sino por causalidad y propósito.
En el último análisis todo lo que nos ocurre sea “bueno” o “malo” es parte del propósito o plan permisivo de Dios”. Y es bueno que entendamos que el plan permisivo de Dios, no deja de ser el plan de Dios. No el plan B ni el C, por si acaso el primero o el segundo fracasaran. Él tiene un solo plan que es perfecto, y está obrando en todas las cosas a favor de los que le aman. El resultado debe ser nuestro crecimiento cada vez más a la imagen de Cristo. Hacernos semejantes a él en todo, quien es la medida del varón perfecto.
Tomar tiempo para meditar y reflexionar en las cosas pasadas no está mal, pero no para preguntarnos: ¿Por qué, Señor? Tal vez la única respuesta que recibamos sea “Nos os toca a vosotros saber los tiempos y las sazones que el Señor puso en su sola potestad.”
Lo importante, correcto y oportuno antes de que el año salga es preguntarnos: ¿Para qué, Señor? Esa actitud demuestra un claro reconocimiento de su Soberanía y Providencia. Pero, todavía más, un claro sometimiento a la voluntad de Dios, para que Dios cumpla su propósito en nosotros de la manera que él quiera porque él tiene todos los derechos sobre nuestra vida, y además, como Padre el sabe lo que es mejor para nosotros, y no quiere darnos nada que menos que eso.
Ahora podríamos decírselo más claro aún: ¿Qué quieres que haga, Señor?, o mejor, ¡Has lo que quieras de mí, Señor!
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.”- Salmo 90:12
¡Chao, Año! ¡Hola, Año!
No puedo creer que el año se fue tan rápido y que venga otro más ligero. Y estamos temerosos de repetir las misas cosas que dijimos cada añ9o que pasa y de decirnos cada año que comienza. Para algunos, las promesas y las esperanzas de cambio han perdido encanto; para otros, es una nueva aspiración de cambios que anhelan ver.
Por eso me gusta la sabiduría de Moisés el viejo legislador del desierto. Tiene tres ideas cautivantes:
Primero: Enséñanos. No hay mejor Maestro que Dios ni mejor pedagogo que el Espíritu Santo. Nosotros somos malos maestros de nosotros mismo y pésimos alumnos de nuestras enseñanzas. ¡Deja que Dios te enseñe a decirle “Chao” al año que se va, y “Hola” al que viene!
Segundo: De tal modo a contar nuestros días. No importa cuántos años vivamos, sí importa cómo los vivimos. La breve vida de una mariposa es más alegre que la larga vida de una serpiente. Vivamos de tal manera que haya sonrisas al dejar un año y cantos al comenzar el otro.
Tercero: Que traigamos al corazón sabiduría. Una versión parafraseada dice: “Ayúdanos a emplearlos como debemos.” Si vivimos la vida a nuestra manera, es una mala manera; si la vivimos a la manera de Dios, es una buena manera. El corazón sabio coincide con el c9orazón de Dios. Entonces podremos decir: “!Chao, año viejo... Hola, año nuevo!”
Oración: Señor, enséñanos a contar nuestros días, de tal modo que traigamos al corazón sabiduría y que nos acerque cada día más a Ti. Amén.
Tomado del libro De un Corazón Pastoral por Rev. Carmelo B. Terranova.