Aprenda a Vivir
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AaVPO2b Por Milton Villanueva
¿A dónde habrán ido a parar las almas que estaban en el limbo?
Luego de siglos de discusiones la iglesia tradicional hizo desaparecer, como por arte de magia, el limbo. El limbo, dentro del lenguaje eclesiástico o religioso, no es un baile caribeño sino un lugar a donde, supuestamente, iban a parar las almas de aquellos que nunca fueron bautizados por la iglesia. Pero, el viernes 20 de abril del año 2007, ese sector del cristianismo, bajo la autoridad de su máximo líder, afirmó y proclamó que el limbo no existe. De allí que nos preguntemos, ¿a dónde habrán ido a parar las pobres almas que por siete siglos habían enviado al limbo?
El limbo es un concepto y lugar que no se puede sostener con ninguna base en las Sagradas Escrituras. Fue un invento eclesiástico para no mandar al infierno a los niños que morían sin ser bautizados. Esto obedecía al hecho de que, si es el bautismo el que lava el pecado original, entonces, un niño sin bautizar no podía entrar al cielo. Alguien lo explicó así: “Los niños muertos sin bautizar van al limbo, donde no gozan de Dios, pero no sufren, porque teniendo el pecado original, y sólo ese, no merecen el cielo, pero tampoco el infierno o purgatorio.”
Bien lo dijo nuestro Señor Jesucristo: “Erráis ignorando las Escrituras.” En consecuencia, una doctrina errónea traerá a su vez otra u otras doctrinas totalmente extrañas a la enseñanza bíblica. La verdad es que no hay ninguna cantidad o clase de agua, ni acto sacramental que por sí mismo limpie el pecado o regenere nuestra naturaleza pecaminosa. Además, la Biblia no exime de culpa a ninguno de los seres humanos, todos hemos caídos en nuestro padre Adán. Y, por tanto la Biblia, no tiene ni tres ni cuatro lugares a donde van las almas de los muertos, sin importar la edad. Bíblicamente, hay un cielo donde estamos presentes al Señor, o un infierno en ausencia de Él. Más que esto, no es ni siquiera estirar demasiado la Palabra de Dios, sino contradecirla. Ningún sacramento es eficaz a parte de la fe en Cristo y el poder del Espíritu Santo. Sin ambos, ni la circuncisión en el Antiguo Testamento, ni el bautismo en el Nuevo pueden salvar. Ya que el Salvador es Cristo.
Cualquier explicación sacramentalista del bautismo infantil, cualquier teología que minimice o atenúe los efectos en nuestra naturaleza o la culpa imputada del pecado de Adán a todos sus descendientes, desembocará en doctrinas inventadas por los hombres para justificar, lo injustificable, aparte de Cristo. Pero cualquier posición doctrinal que acepte que el pecado original implica, no solamente la corrupción de la naturaleza heredada de Adán, sino también la culpa imputada por su pecado, estará encaminada a mejores conclusiones, que inventar un limbo, que después de siete siglos de enseñarlo, ahora resulta que no existe.
¡Aprenda a Vivir!