Pelagio estaba sinceramente equivocado en cuanto al pecado original, pero Agustín, no.
Ya hemos dicho que Pelagio, un monje del siglo quinto reaccionó con apasionadas convicción a una oración de Agustín, otro monje contemporáneo suyo. Pelagio enseñó que el hombre, luego de su primer pecado, permaneció esencialmente igual a antes de cometerlo, y enfatizó firmemente el libre albedrío y su capacidad para decidir entre el bien y el mal, como si el pecado no hubiera tenido sobre él ni su descendencia ninguna consecuencia. De acuerdo a Pelagio cada infante que nacía en este mundo, lo hacía en la misma condición de Adán antes del pecado.
Agustín se mantuvo en una posición diametralmente opuesta. Era su convicción bíblica, no humanista como la de Pelagio, que la naturaleza humana estaba tan completamente corrompida por el pecado de Adán, que había perdido la habilidad para obedecer la Ley de Dios y su Evangelio.
Agustinianismo
Las enseñanzas de Agustín se resumen así:
Que antes del pecado “Adán tenía la habilidad para pecar y para no pecar, pero que luego de “la caída” (entiéndase su pecado), ya no poseyó la inhabilidad para pecar o, lo que es igual, la habilidad para no pecar. En otras palabras, que después de la caída ya no podemos vivir sin pecar.
Que, esencialmente, el hombre sufrió una transformación moral de su naturaleza. Pecamos porque somos pecadores.
Que los efectos del pecado: la corrupción de la naturaleza humana, la culpa y la condenación, han alcanzado a todos los descendientes de Adán por generación natural. Desde el vientre de nuestra madre ya somos pecadores.
Que las determinaciones volitivas del hombre están determinadas por su condición pecaminosa.
En fin, Agustín se mantuvo firme en que, en lo que corresponde a la salvación, esta tiene que ser enteramente por gracia, haciendo necesario el nuevo nacimiento o regeneración para que el hombre pueda ser movido al arrepentimiento y la fe.
Este capítulo de la controversia acerca del pecado original y la necesidad de la gracia de Dios, culminó con la condenación de Pelagio en el Concilio de Cartago en el año 418, pero sus primos-hermanos, los semi-pelagianos reaparecerán en plena efervescencia de la Reforma Protestante del Siglo XVI, y le darán a la Iglesia reformada, la oportunidad de contender ardientemente contra las enseñanzas de un “pelagius revividus”.
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