Sermón: Santiago 1:22-25 Hacedores de la Palabra
Your browser doesn't support HTML5 audio
Hermanos, no sé si a ustedes les pasa como a mí mientras leo la epístola de Santiago. Yo me siento alegre al saber que Dios en su misericordia y en su amor nos ha dado instrucciones sobre cómo vivir la vida cristiana. Eso es lo que sin lugar a dudas hace Santiago. Esta carta es un manual, es una guía sobre los principios que deben regir la vida cristiana. Y yo me gozo con ello. ¿Sabes por qué? Porque Dios no nos deja en ignorancia acerca de lo que le agrada y acerca de lo que El promete hacer por nosotros y en nosotros en este peregrinar a la ciudad celestial. Y no solo eso, Dios nos enseña cómo debemos vivir la vida cristiana que agrada a Dios. Y qué es lo que es bueno para nosotros. Hermanos, nosotros no sabemos muchas veces lo que es bueno para nosotros. Pero Dios en su palabra nos muestra el camino correcto a seguir. Y esto es hermoso. Es excelente el saber cómo vivir la vida cristiana que adorna el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Y yo me imagino que esa es tu pasión. Eso es lo que da gozo a tu vida: vivir para Dios.
Repasemos brevemente algunas de las cosas que hemos estudiado hasta ahora para poder así engranar en el mensaje de hoy.
Santiago nos enseñó desde el principio que debemos ver la vida cristiana desde la perspectiva de la eternidad y desde el punto de vista del plan de Dios. Aflicciones vienen a nuestra vida, pero ellas no son nuestros enemigos. Son parte del plan de Dios para nuestras vidas. Por medio de ellas Dios nos madura en la fe, que no es otra cosa que hacernos semejantes a Cristo. Pero como a todos nosotros nos pasa, muchas veces no sabemos qué hacer en medio de las aflicciones y Dios nos da un remedio para ello: si alguno tiene falta de sabiduría, “pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. Pero esa oración debe ser hecha en fe, con la convicción de que Dios no solo nos oye si no también es poderoso para hacer más allá de los nosotros pedimos y pensamos.
Santiago nos recuerda que debemos poner nuestra mirada en lo que Dios ha hecho por nosotros y no en la carencia monetaria que a veces viene a nuestra vida. Y luego nos dice que debemos aceptar nuestras responsabilidades y con humildad reconocer y aceptar que somos responsables por nuestros actos. Si alguno cede a la tentación no diga que es tentado por Dios. Cuando pecamos caemos por nuestro propio peso, por nuestro propio pecado. Eso es fundamental en la vida cristiana, aceptar nuestros errores con valentía y confesión de pecado.
Pero eso no es todo, Dios muestra su buena voluntad para nosotros al hacernos nacer por medio de la palabra de Dios. La palabra de Dios es instrumental para el nuevo nacimiento. Pero no solo Dios nos ha dado su palabra para que sea el instrumento de nuestra conversión Él nos ha dado su palabra para que sea nuestra guía para el todo de nuestra vida. Pero es palabra no nos beneficiará si no es recibida con un corazón dócil y humilde, con un corazón que desea y busca luchar contra el pecado.
La palabra de Dios debe ser céntrica en nuestra vida. Dios en su amor nos ha dado, si podemos decir, una porción de su mente y voluntad, revelada en la Biblia.
Ahora bien, Dios nos ha dado su palabra. Ha puesto sus oráculos al alcance de nuestras manos y de nuestros oídos. Esto es un gran privilegio. Tener la voz de Dios cerca de nosotros es un regalo al cual no le podemos poner precio. Y con un gran privilegio vienen grandes responsabilidades. Dios nos ha dado su palabra y esta debe ser recibida por todos nosotros con corazones humildes y enseñables. Y de esto surge también un deber. ¿Cuál? Debemos ser hacedores de la palabra de Dios. Hay un deber aquí súper importante.
Hay por lo menos cuatro cosas importantes en este pasaje corto. Y quisiera que los viéramos desde esta perspectiva: (1) Lo que debemos hacer, (2) Lo que debemos evitar (3) Cómo hacer lo que debemos hacer (4) La bendición de hacer nuestro deber.
I. Lo que debemos hacer
Debemos ser hacedores de la palabra de Dios y no solo oidores de ella. V. 22 “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”. He ahí nuestro deber, bien sencillo. Dios nos ha dado su palabra para instruirnos, en primer lugar, sobre qué debemos creer para ser salvos. Pero también nos ha dado su palabra para enseñarnos cómo vivir la vida cristiana luego de ser salvos.
Hermanos, la vida cristiana es una vida para ser vivida. Y todo lo que se enseña y todo lo que procuramos aprender es con mira a ponerlo por práctica.
Hermanos, Dios nos ha dado su palabra no para llenar nuestras mentes de información, si no para iluminar nuestras mentes con la verdad para poder vivir la verdad.
Sacar tiempo domingo tras domingo para escuchar la palabra predicada, sacar tiempo para leer y estudiar la Biblia es solo la mitad del camino. Montarme en el carro, por sí mismo, no me lleva a ningún sitio. Tenemos que encender el carro, sacarlo de la marquesina y conducirlo por la carretera para sea un vehículo de transportación. No es bizcocho si solo hacemos la mezcla. Esa mezcla tiene que sea cocinada para que sea un bizcocho.
De la misma manera nos dice Santiago que no es suficiente con que nosotros oigamos la palabra de Dios. Dios demanda algo más. ¿Qué? Que seamos hacedores de su palabra.
Jesús mismo lo enseñó una y otra vez no solo como la manera correcta de vivir la vida cristiana sino la marca que distingue a uno que le ama de veras o no meramente de palabra.
Mateo 7:21, 24 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.” Tan fundamental es esto que Jesús nos dice que su familia se caracteriza por la obediencia a sus mandamientos. Lucas 8:21 “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen.” Y Pablo hablándoles a los romanos les dice lo mismo en Romanos 2:13 “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.”
¿Qué tú haces con la palabra que se te predica domingo tras domingo, jueves tras jueves? Dios espera de nosotros que nos esforcemos en poner pro práctica su palabra y así demostremos lo que somos hijos de Dios.
En otras palabras, Dios demanda que no seamos cristianos de meramente caminar con la Biblia debajo del brazo sino que vivamos como creyentes que no viven para sí mismos sino para aquel que los llamó de las tinieblas a la luz verdadera.
¿Eres tú un oidor solamente de la palabra o eres un hacedor de la palabra? ¿Cómo tú describirías tu vida: como uno que desea obedecer la palabra de Dios y buscas así hacerlo, o te da lo mismo? ¿Cuándo escuchas de tu deber de ser miembro de la iglesia cómo reaccionas a esta palabra de Dios? ¿Cuándo escuchas que debes ser puntual a la asistencia a la iglesia cómo reaccionas tú? ¿Cuándo se te enseña por la palabra tú deber de sostener económicamente la iglesia, tu iglesia, cómo reaccionas tú? ¿Cuándo se te enseña de tu deber de servir en la iglesia, de ayudar en su limpieza, de ayudar en la reparación de las cosas de la iglesia, qué haces con esa enseñanza?
Yo espero que todos podamos decir: Heme aquí Señor, envíame a mí. Esta es la voluntad de Dios yo quiero hacerla porque Dios es maravilloso en sí mismo. Él es mi Señor, Él es mi Dueño. Pero sobre todo Él es mi Padre celestial quien ha enviado a Cristo para que muriera y resucitara por mí, por mí, un vil pecador. Y me ha dado esta salvación, esta nueva vida hermosa, cómo yo no voy a demostrarle mi amor al servirle con todas mis fuerzas, con todas mis habilidades, con todo lo que tengo que El mismo me ha dado. Porque todo lo que tengo lo tengo gracias a Él.
Eso es lo que debemos hacer.
Santiago también nos da una precaución que hay que evitar.
II. Lo que debemos evitar
Debemos evitar el engañarnos a nosotros mismos. V. 22 “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. ¿Qué quiere decir con engañarnos a nosotros mismos? La palabra engañarnos [παραλογίζομαι] en el griego, en este pasaje significa: razonar falsamente o incorrectamente. ¿Qué quiere decir entonces? Santiago nos quiere decir: no estás pensando correctamente, te estás engañando a ti mismo si crees que agradas a Dios con ser un mero oidor de la palabra y no un hacedor de la palabra. Si haces eso: si eres un oidor meramente y no un hacedor de la palabra: vives engañado. No has aprendido bien el cristianismo. Vives en ignorancia.
Y lo triste no es eso solamente. Es que te haces daño a ti mismo. ¿De qué manera? Bueno si eres un mero oidor y nunca un hacedor de la palabra demuestras que no eres cristiano. Demuestras que no amas a Jesús. Vives engañado si crees que eres cristiano. Mira las palabras de Jesús. Juan 14:21 “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama”. Juan 14:23 “El que me ama, mi palabra guardará”. Y lo opuesto es cierto también. Juan 14:24 “El que no me ama, no guarda mis palabras”. 1 Juan 2:4 “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”.
Y si eres cristiano y eres selectivo en tu obediencia a la palabra de Dios vives engañado, esa no es la voluntad de Dios para su pueblo. También te haces daño a ti mismo. Cuando nosotros no obedecemos la palabra de Dios inevitablemente nos hacemos daño. Cuando nosotros no seguimos los roles establecidos por Dios en el matrimonio: del hombre ser la cabeza de la familia y la esposa seguir el liderato de su esposo nos hacemos daño. Y no cumplimos el propósito que Dios tiene para el matrimonio: que sea una representación visible de la relación que la iglesia tiene con Cristo, su Salvador. E inevitablemente le hacemos daño a nuestro matrimonio.
Si escogemos los días que vamos a asistir a la iglesia nos engañamos a nosotros mismos. Porque la palabra de Dios y no de los hombres dice en Hebreos 10:25 “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre”. Hermanos, es Dios mismo quien nos llama a congregarnos en su casa domingo tras domingo. No es un invento de los hombres. Es el quien dice en el Salmo 96:8 “Dad a Jehová la honra debida a su nombre; Traed ofrendas, y venid a sus atrios.” Y por tanto no hacerlo es pecar contra Dios.
Santiago dice más. Nos dice que no pensemos que sacaremos fruto a nuestras vidas si solo somos oidores y no hacedores. V. 23-24 “Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.” ¿De qué le beneficia a una persona que mire su rostro en el espejo y luego de considerarse a sí mismo, se va y olvida cómo era? No le beneficia en nada. El espejo ha sido creado para que nos veamos tal cual somos. La Biblia es un espejo para que veamos tal cual somos y estamos delante de Dios. Pero si nos limitamos a mirar solamente en el espejo de la Biblia y no hacemos los cambios que demanda en el poder del Espíritu Santo, de nada nos beneficia. No nos engañemos, dice Santiago, en pensar que nos beneficiará la lectura de la palabra si no la ponemos por práctica.
Pero Santiago nos dice algo más. Nos dice…
III. Cómo lo debemos hacer
V. 25 “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad”. Lo primero que debemos hacer es mirar atentamente a la perfecta ley. Es decir, debemos esforzarnos no meramente en leer la Biblia sino en mirar atentamente en ella. Hay que escudriñar la palabra de Dios. Hay que sacar tiempo para poder entenderla. Hay que sacar tiempo para poder memorizarla. El llamado es a no ser lectores casuales de la Biblia sino a ser verdaderos conocedores de la palabra de Dios. La palabra mirar atentamente significa: doblarse para mirar algo más de cerca. Entonces, acércate a mirar de cerca el significado de la palabra de Dios. Para sacarle verdadero provecho usa de diccionarios bíblicos, de biblias de estudio, de mapas bíblicos, de comentarios y no faltes a la escuela dominical, al estudio de los jueves y verás si no aprendes con profundidad en la palabra de Dios.
En segundo lugar, no solo mires atentamente en la perfecta ley, la palabra de Dios sino mira que ella es la ley de la libertad. Acércate a la Biblia no como una ley que viene a esclavizarte sino todo lo contrario. La ley de Dios produce libertad. Cristo nos hizo libre de la maldición de la ley cuando El mismo fue hecho maldición por nosotros. Nos libertó del poder condenador de la ley para que ahora seamos libre en Cristo bajo la guía y dirección de la ley. Por eso el Salmista podía decir en el Salmo 119:97 “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación.”
En tercer lugar, persevera en ella. “mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra”. Es decir, no te canses en ser hacedor de la ley, persevera en ello. No desmayes en estudiar la palabra y en obedecerla. Sigue adelante. No te quites. Piensa que cada vez que así lo haces, perseverando en obedecer más feliz serás. Por eso Santiago nos habla de la bendición que cosecha el que obedece a Dios.
IV. La bendición de hacer nuestro deber
El pasaje termina con una bendición. Pero es una bendición que nos enseña un principio más acerca de la vida cristiana. Dice: V. 25 “éste será bienaventurado en lo que hace.” ¿Qué significa esta frase? Significa que obedecer a Dios trae en sí mismo su propia recompensa. Fíjate que dice será bienaventurado en lo que hace, no dice: por lo que hace. En otras palabras, el creyente obedece a Dios no por la recompensa de hacer la voluntad de Dios sino por el placer de hacerla voluntad de Dios.
Obedecer a Dios trae por sí mismo su propia recompensa. Es como el esposo que le hace bien a su esposa no para ganar su favor sino por amor a ella. Servirle a ella es en sí mismo su propia recompensa. Es un placer y un gozo hacerlo así. De igual manera el creyente, obedecer a Dios es una recompensa en sí mismo. Trae placer y felicidad y bien para nuestra vida el ser hacedores de la palabra de Dios. Jesús mismo dijo en Lucas 11:28 “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.” Así que tu felicidad en la vida depende de tu obediencia a la palabra de Dios. ¿Quieres ser feliz? Se hacedor de la palabra y no tan solo oidor. ¿Quieres que te vaya bien la vida? Pon en práctica la palabra de Dios. Pero hazlo no para ganar el cielo porque Cristo lo ganó por ti y para ti sino por el placer de servir a Dios. A ese Dios quien nos ha dado a Cristo como nuestro galardón y como la fuente de la vida eterna.
Quiera Dios que seamos cada un día una iglesia celosa de buenas obras, negándonos a nosotros mismos para hacer la obra de Dios por el solo de hecho de que le amamos y deseamos serle agradables en todo. Amén.