Sermón: Lucas 1:46-55 El Magnificat
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Lucas 1:46-55 “Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; 47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. 48 Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. 49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, 50 Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen. 51 Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. 52 Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes. 53 A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos. 54 Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia 55 De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre.”
Tenemos ante nosotros el himno de alabanza de María conocido históricamente como el Magnificat. Se le llama así porque en la Biblia latina “La Vulgata” comienza el primer verso del himno con las palabras: “Magnificat anima mea Dominum”.
Este himno de alabaza es maravilloso. Revela la increíble piedad de María. Entre una de las cosas que podemos ver del pasaje que nos debe impresionar es su gran conocimiento de la Biblia. En este himno María cita directa e indirectamente más de doce pasajes bíblicos. Ella corre por todo el AT. Ella cita de los Salmos, de Job, de Génesis, de Isaías, de Éxodos, de 1 Samuel, de Malaquías. María conocía la Biblia. Sin lugar a duda, María la había memorizado y grabado en su corazón. ¿Cuántos de nosotros podemos citar de todos estos lugares de la Biblia? ¿Cuántos de nosotros podemos combinar pasajes bíblicos para formar un todo armonioso? Sus padres verdaderamente se ocuparon de educar a su hija en la Palabra de Dios. Para la familia judía el memorizar y atesorar la Palabra de Dios era algo prioritario. El ocuparse de los que hijos aprendieran su Biblia no era algo dejado a los sacerdotes exclusivamente. Ellos sabían que eran responsables de criar a sus hijos con la Palabra de Dios. Y que debían enseñársela en todo momento, de día, de noche, cuando salían de la casa, cuando jugaban, cuando comían. En todo momento la familia era saturada y centrada en la Palabra de Dios. Y María es un vivo ejemplo aquí de cuán serio e importante es criar a nuestros hijos y nietos en la Palabra de Dios.
María es una creyente modelo. El Magnificat es un himno de alabanza a Dios. Y en este himno de alabanza ella nos enseña cómo adorar a Dios correctamente. Nos enseña acerca de la actitud, el objeto y la razón de la adoración a Dios.
I. La actitud propia en la adoración
¿Cuál debe ser la actitud propia de la adoración?
1. Debemos adorar a Dios con el corazón. V. 46-47 “Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; 47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” Hermanos, adorar a Dios no es algo meramente de los labios o del cuerpo. Adorar a Dios no es meramente ponernos de pie cuando se cantan los cánticos. Ni es meramente abrir nuestras Biblias cuando se va a leer la Palabra. Adorar a Dios es algo del corazón. Mira como María lo dice: “Mi alma engrandece al Señor; mi espíritu se regocija… en Dios”. Dios demanda de nosotros: “hijo mío dame tu corazón” como dice el libro de Proverbios. Nuestra alma y nuestro espíritu, que son lo mismo, deben adorar a Dios, deben gozarse en el Señor. Oh hermanos, cuando vienes a la casa del Señor yo sé que viene tu cuerpo. ¿Pero viene también tu alma? Dios demanda que le adores con tu corazón y no solo con tus labios. No es suficiente el estar presente en la casa del Señor.
2. Debemos adorar a Dios con intensidad. V. 46-47 “Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; 47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” Mira cómo María lo hace. Ella no le da una adoración fría a Dios. Ella no le da una adoración superficial. No le da una adoración mecánica. Ella adora con todo su ser y con intensidad. Su alma engrandece al Señor. No que podemos hacer más grande a Dios de lo que lo es. Eso es imposible. Pero ella exalta y honra a su Señor y Dios y se regocija en Dios su Salvador. Son palabras de intensidad. Dios merece lo mejor. Y El merece una adoración no fría ni superficial sino con pasión, con entrega, como quien su vida depende de ello.
3. Debemos adorar humildemente. En el versículo 48 ella habla de “la bajeza de su sierva”. Ella reconoce que socialmente no es nada. Ella no es rica sino la desposada de un carpintero. María, en ningún momento se enorgullece por ser la Madre del Señor. Ella adora humildemente. Se acerca al Señor reconociendo que Dios lo es todo y ella nada. Que El es Soberano y su Rey. Hermanos, solo los humildes adoran a Dios. Por eso Santiago dice que “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes”.
II. El Objeto de la adoración
Dios es el objeto de la adoración. María misma no es el objeto de la adoración. Ella reconoce que es a Dios y solo a El a quien debemos adorar. María menciona tres atributos de Dios que nos deben llevar a rendir gloria a Dios.
1. Dios es Todopoderoso. V. 49 “me ha hecho grandes cosas el Poderoso”. Hermanos, Dios es Todopoderoso. ¿Crees esto? Yo sé que lo crees intelectualmente, con tu mente. ¿Pero lo crees en tu corazón? No hay nada difícil para Dios. Hacer que María queda embarazada sin la intervención de un hombre no es algo difícil para Dios. Él es Todopoderoso. Crear los cielos y la tierra fue algo sencillo para Él. Y El puede cumplir nuestras peticiones con suma facilidad. Si aún no ha contestado nuestras oraciones no es que El no puede hacer lo que le pedimos, sino que Él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.
2. Dios es santo. ¿Por qué menciona María este atributo de Dios? La santidad de Dios aquí implica su imposibilidad de hacer mal. Dios hace bien a sus hijos porque El es santo. Lucas 11:11-13 “¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? 12 ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
3. Dios es misericordioso. V. 50 “Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen.” Tres cosas podemos ver en este versículo. Dios es misericordioso. El tiene compasión de los que sufren. El se compadece de los que están en la miseria: sea económica, espiritual, emocional. Él es misericordioso. El es eternamente misericordioso “de generación en generación”. O podemos decir también sobre nuestras generaciones. Dios ha incluido en su pacto a nuestros hijos. Cuando los bautizamos testificamos que ellos están incluidos en el pacto. Son hijos del pacto. Hermanos, Dios busca salvar a su pueblo en medio de nuestras generaciones. Y promete hacerlo hasta mil generaciones. Cuando nuestros hijos, nietos o tataranietos o chornos vienen a los pies de Cristo es Dios cumpliendo su promesa de ser el Dios de nuestra simiente por mil generaciones. Y algo más nos dice el versículo. Su misericordia es particular, es para los que le temen, es decir, los genuinos cristianos. Aquellos que le adoran con el corazón, con intensidad, con humildad, que tienen a Cristo como el Rey de sus vidas, como su Salvador exclusivo, como su Profeta, cuya Palabra es sacrosanta y debe ser obedecida con todo el corazón.
III. La razón para nuestra adoración.
1. María reconoce que Dios es su Salvador. V. 47 “Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” Ella no es salvadora. Ella no es corredentora, ni mediadora, ni dispensadora de gracia. Dios es su Salvador. ¿Y esto es importante para la adoración? Nosotros no adoramos a Dios meramente porque El es el creador de los cielos y de la tierra. Eso es cierto. Pero sobre todo porque Dios es nuestro Salvador. Para María Dios no solo es el Dios que salva en el sentido que libra de las aflicciones y nos levanta cuando hemos caído. Para ella Dios es su Salvador del pecado y del infierno. Ella sabía que el Santo ser que nacerá será “llamado Hijo de Dios”. Lucas 1:35. Ella sabía que su hijo se llamaría Jesús porque “él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mateo 1:21. Nosotros al igual que María hemos venido a adorar a Dios con todo nuestra alma y nuestro espíritu, con humildad e intensidad porque Dios nos ha salvado. Ha tenido compasión de nosotros. Y nos ha dado el privilegio de ser salvos para siempre. Por eso le adoramos.
2. Agradecida de su compasión hacia ella. V. 48 “Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. 49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre”. Dios no se ha olvidado de ella. Aunque ella era una mujer pobre, socialmente desconocida, sin fama alguna, Dios no se ha olvidado de ella. Y le ha dado la bendición de ser la madre del Señor. Dios la ha enriquecido de esa manera sin dinero. Las riquezas no son el dinero. Es más, una persona puede tener mucho dinero y ser realmente pobre: sin amistades, si amor, sin alegría, sin paz y sin la salvación. Dios nos ha enriquecido con la salvación. Pero también nos ha enriquecido con muchas bendiciones. Cada día disfrutamos de nuevas bendiciones: la vida, los hijos, la creación, el estudiar, el servir, el amar y ser amados, etc.
3. Agradecida por lo que Dios hace con su pueblo. María no solo piensa en sí sino también en los demás: en todo creyente disperso y muy en particular su propio pueblo. V. 50, 54-55 “Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen. 54 Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia 55 De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre.” La adoración a Dios es colectiva. Nunca olvidemos que somos arte de una familia. Que al adorar aquí nos acompañan los ángeles que velan la adoración del pueblo de Dios. Pero también adoramos juntos en espíritu con toda la iglesia católica o universal. Cuando adoremos a Dios no nos olvidemos de sus promesas, eso es lo que hizo María. Ella trajo a la memoria la misericordia de Dios: “Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia 55 De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre.” Trae a la memoria la fidelidad de Dios. Y ello te impulsará a adorar con mayor fervor y alegría. Cristo conoce a sus ovejas una por una. Y por cada una de ellas murió y resucitó. Tan grande es su amor que El no olvida ninguna de ellas. Y deja a las 99 que están bien y va a buscar a la descarriada. El no dice: tengo 99 y solo se me perdió una, Ok. Jamás, hermanos. El ama a cada una de ellas y cuida de cada una de ellas. Las llama por su nombre. Y cumple su Palabra con cada una de ellas. Hermanos, ninguna promesa de Dios para ti caerá por tierra. Recuerda esto y alaba a Dios.
4. Dios es el defensor de su pueblo. V. 51-53 “Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. 52 Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes. 53 A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos.” Hermanos, Dios hace justicia en la tierra. Y El es el gran transformador del mundo. El quebranta a los soberbios, quita a los reyes que se levantan contra El y a los ricos opresores El envía vacíos. Y El exalta a los humildes, da comida a los hambrientos. Con su brazo hace proezas. Dios transforma este mundo. Dios es el defensor de su pueblo. Dios te defiende. Dios es enemigo de aquellos que buscan tu mal. El que se levante contra nosotros en gran lío se ha metido, porque no se levanta meramente contra nosotros sino contra nuestro Padre celestial quien es nuestro defensor. El es nuestro escudo y protector.
Hermanos, cuál debe ser nuestra actitud en la adoración a Dios: debemos adorar con el corazón, intensamente y con humildad. Debemos adorar solo Dios y reverenciar su poder, su santidad y su misericordia. Siempre recordando que El es nuestro Salvador para siempre.