Primera Iglesia Presbiteriana Ortodoxa: Jesús es la Verdad

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Sermón: Santiago 4:7-10 Acercándonos a Dios

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Sermón: Santiago 4:7-10 Acercándonos a Dios Pastor Roberto Quiñones

Santiago 4:7-10 “7 Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. 8 Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. 9 Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. 10 Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.”

 

            En toda relación de personas sea: entre esposos y esposas, padres e hijos, amigos, miembros de la iglesia, etc., hay momentos en los cuales esa relación se afecta. El puente de amor que conectaba a la misma se ha roto o se ha afectado severamente. Y cuando eso sucede el llamado debe ser: el de procurar que ese puente de amor y respeto se arregle. Lo interesante del caso es que hay que saber cómo reparar el puente. Hay que saber cómo pedir perdón, cómo decir las palabras correctas y decirlas de tal manera que demuestre que hay un genuino deseo de reparar el daño. Pero a veces sucede, que la manera de reparar el daño no es la mejor. A veces la manera de reparar el daño no se hace correctamente. Hay que saber cómo hacerlo no sea que hundamos más y más esa relación.

            De eso mismo trata el pasaje que tenemos presente aquí en Santiago. Hemos visto que había serios problemas en la iglesia a la cual Santiago le escribe. El mencionó las peleas agresivas que había entre ellos. ¿Cuál era la causa de todo esto? La causa era que ellos habían puesto su corazón en los placeres del mundo. Y cuando eso pasa, necesariamente vienen los problemas. Detrás de todo esto Santiago no dice que el problema es uno del corazón. Ellos habían desviado su corazón de Dios. Muchos estaban poniendo su corazón en las cosas del mundo. A lo cual Santiago les dice tajantemente en el versículo 4 que “Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” Hermanos, como dijo Jesús en Mateo 6:24 “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.”

            Como este es el caso, Santiago les llama a resolver ese problema serio. Santiago les llama a reparar el puente dañado. El corazón de ellos se había alejado de Dios. Por tanto, el llamado es volverse a Dios. V. 8 “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.” Y como son ustedes los que han roto ese puente son ustedes lo llamados, bajo la gracia de Dios, a repararlo. Los que han roto el puente son los responsables en repararlo. Esa es la idea. ¿Cómo lo sabemos? Lo sabemos porque en estos 4 versículos Santiago le da a la iglesia 10 mandamientos. Hay 10 mandamientos en esos cuatro versículos. En otras palabras, Santiago les dice: ustedes se han alejado de Dios y su deber es volver a El. Tienen que regresar al camino. “Acercaos a Dios,”. Busquen a Dios. Y si le buscan de corazón, si le buscan de la manera correcta, Dios los recibirá: “y él se acercará a vosotros.”

            Pero hay un punto importante aquí. Santiago nos quiere enseñar cómo debemos acercarnos a Dios. En algún momento tú y yo le hemos fallado a Dios. Nos hemos alejado, nos hemos enfriado espiritualmente. ¿Qué debemos hacer? Debemos volver a Dios. ¿Cómo yo lo hago? Santiago nos dice:

I. En genuino arrepentimiento

            V. 8b-9 “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.” Este versículo bíblico es increíble. ¿Sabes por qué? Porque nos enseña lo que es el genuino arrepentimiento. ¿Qué es lo que Santiago nos quiere enseñar? Santiago nos dice que si hemos fallado a Dios volvamos a El en genuino arrepentimiento. ¿En qué consiste el genuino arrepentimiento? Consiste:

            1. En dolernos por el pecado.  “Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.” El arrepentimiento verdadero, el genuino, no es frío ni calculador.  No es meramente decir: lo siento, sin que realmente no lo sintamos. El arrepentimiento genuino se duele del pecado. ¿Por qué? Porque ve lo sucio que el pecado es en sí mismo. Y entiende que el pecado merece ser odiado y menospreciado por sí mismo. Pero, sobre todo, se duele porque ha ofendido a Dios. Si no hay ese dolor y odio contra el pecado porque hemos ofendido a un Dios de misericordia y compasión, que solo nos da bienes en nuestra vida, no es un verdadero arrepentimiento. Busquemos Jeremías 31:18-19 “18 Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba: Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios. 19 Porque después que me aparté tuve arrepentimiento, y después que reconocí mi falta, herí mi muslo; me avergoncé y me confundí, porque llevé la afrenta de mi juventud.” Para que el pueblo de Efraín, es decir, el reino del norte, regrese a su tierra tiene que arrepentirse. El arrepentimiento verdadero conlleva reconocer la falta o pecado, dolerse del mismo (eso es lo que significa la frase: herí mi muslo), avergonzarnos y confundirnos. ¿Por qué? Porque hemos pecado contra Jehová nuestro Dios.

            El arrepentimiento genuino conlleva también,

            2. Un cambio radical en nuestra vida. “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.” El lenguaje es tomado del AT. Los sacerdotes antes de acercarse a Dios tenían que lavarse las manos. Así que la frase “limpiad las manos” significa: que tu conducta sea pura, sea limpia. Es un cambio radical porque es lo opuesto a lo sucio.  Y cuando Santiago dice: “Purificad vuestros corazones” la idea es: que nuestros pensamientos y motivos sean puros. En otras palabras, el arrepentimiento verdadero no deja a las personas igual. Si hay genuino arrepentimiento hay cambio, transformación, hay un ardiente deseo y esfuerzo constante por andar con Cristo Jesús en toda obediencia. No hay genuino arrepentimiento si no hay un cambio radical, si no nos apartamos de aquella forma de vida que vemos que era indigna de ser vivida. El verdadero arrepentimiento produce un cambio radical en la vida de esa persona. Si seguimos haciendo lo mismo no hay cambio, no hay un arrepentimiento verdadero. Así lo dijo Juan el Bautista en Mateo 3:8 “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento”. El adúltero que dice estar arrepentido, pero sigue con la adúltera, no se ha arrepentido de veras. Si decimos que nos arrepentimos y seguimos haciendo lo mismo no hay arrepentimiento verdadero.

            Santiago nos dice: para acercarnos a Dios luego que hemos fallado tenemos que venir con un corazón arrepentido.

            Así que el primer paso para acercarnos a Dios cuando le hemos fallado es arrepentirnos de veras. En segundo lugar, debemos acercarnos…

II. En obediencia voluntaria

            V. 7 “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” La palabra someteos “’hypotasso” significa: ponernos bajo la autoridad de otro. No significa, ni implica inferioridad. Es la misma palabra que se usa para referirse a Jesús en relación con sus padres. Cuando encuentran a Jesús en el templo hablando con los doctores de la ley, Jesús tenía doce años. A los doce se convertía en hijo de la ley. Ahora él era responsable de su obediencia a los mandamientos de Dios. Y aunque Él era Dios, Él se sujetó o se sometió a sus padres. E incluso a su padrastro. Lucas 2:51 “51 Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto [hypotasso] a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.”

            Así que Santiago nos dice si nos acercamos a Dios tenemos que someter, rendir nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Es reconocer que El es el Dueño de mi vida. Es reconocer que mi vida le pertenece a Dios. Que yo no soy dueño de mis actos. Que yo no me mando a mí mismo. Que mi cuerpo y mi alma le pertenecen completamente a Él. Jesús con su muerte compró todo nuestro ser. 1 Corintios 6:20 “20 Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”

            Hermanos, esta es la marca distintiva de todo cristiano. Lo que distingue a un cristiano de uno que no es cristiano es que Cristo Jesús es el Rey de su vida. Mi vida la gobierna Jesús. Yo vivo para El porque El vive en mí. Y esto se traduce en una vida de obediencia voluntaria a Dios. Obediencia voluntaria es una que surge del amor a Dios. Porque amo a Dios deseo agradarle en todo. Mi obediencia a los mandamientos de Dios surge de mi amor por Dios. Un amor que Dios ha implantado en mi vida por el Espíritu Santo.

            Y ese amor a Dios, nos dice Santiago, se traduce en luchar contra Satanás. “Resistid al diablo, y huirá de vosotros.” En vez de resistir a Dios, Santiago nos llama a resistir al diablo. ¿Por qué? Aparentemente Satanás estuvo detrás de la infidelidad espiritual de la iglesia. Hermanos, ¡Satanás es un ser real! Debemos evitar dos extremos: en creer que todo lo que sucede es producto de Satanás y el otro, el creer que Satanás no existe o no se involucra en nada. Ambos extremos no son bíblicos. Satanás es un ser real. Es un ángel caído que busca destruir la obra de Dios, a la iglesia. Nos tienta y busca que nos apartemos de Dios. Busca que amemos el mundo más que a Dios. ¿Cómo lo combatimos? Resistiéndole.  ¿Cómo lo resistimos? Sometiéndonos a Dios. Viviendo en obediencia a la Palabra de Dios. Viviendo en dependencia de Dios por medio de la oración. Vistiéndonos de toda la armadura de Dios. Recordando que no podemos vencerle sino por la gracia de Dios. Y que Dios da mayor gracia a los humildes. Y para motivarnos a resistir a Satanás nos da la promesa de que nuestra lucha contra Satanás no es en vano. ¿Por qué? Porque si le resistimos bajo la gracia y el poder de Dios él “huirá de vosotros”.

            ¿De qué manera nos acercaremos a Dios cuando hemos pecado? Nos acercaremos en genuino arrepentimiento, en una vida de obediencia voluntaria y, en tercer lugar,

III. En una vida de humildad

            V. 10 “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.” La palabra humillaos es traducida por la RV60 en Santiago 1:9 como “humilde”, “el hermano que es de humilde condición”. La Biblia Traducción en Lenguaje Actual (TLA) lo traduce de la siguiente manera: “10 Sean humildes delante del Señor”. ¿Cuál es la idea? Es reconocer nuestra pobreza espiritual, el hecho de que sin Dios no somos nada. Reconocer que delante de Dios somos polvo y ceniza, como dijo Abraham cuando se paró a interceder por Sodoma y Gomorra. Reconocer que en comparación con Dios no somos nada e imploramos su gracia y misericordia. Recordando que no debemos ser orgullosos. Porque “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” Así lo enseñó Jesús en Mateo 23:12 “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Los mismo nos dice Pedro en 1 Pedro 5:6 “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo”.  

            En otras palabras, no podemos acercarnos a Dios con un corazón soberbio. Como si nosotros le estuviéramos haciendo un favor a Dios al acercarnos a El. Si realmente nos arrepentimos de nuestros pecados, de haberle fallado a Dios, de haberle desobedecido, de haber sido frío en las cosas de Dios, de no haberle amado con la intensidad que El se merece, de no servir a su iglesia a la cual El nos llama que la amenos, de haber quebrantado sus mandamientos, de haber amado el mundo y las cosas del mundo, entonces, no podemos acercarnos a El sino con un corazón contrito y humillado. No hay otra manera de hacerlo.

            Y Dios nos ha dado una promesa si lo hacemos así.  “y él os exaltará.”. ¿Cómo El lo hace? ¿Cómo Dios nos exalta? La Biblia lo enseña de muchas maneras. Pero aquí la exaltación es perdonar nuestros pecados, limpiar nuestras almas, llenarnos de gozo y vestirnos con la ropa de la salvación.

            Si hemos pecado contra Dios hay una solución al mismo. Dios nos motiva a venir a El con la promesa de recibirnos. Pero tenemos que venir a El con un corazón contrito y humillado, en genuino arrepentimiento y con un corazón dispuesto a obedecerle libre y voluntariamente. Y esto es posible porque Dios da mayor gracia y gracia, en Cristo Jesús, a los humildes.