Sermón: 1 Juan 2:1-2 Jesucristo, nuestro abogado

1 Juan 2:1 “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. 2 Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”

 

            Tenemos ante nosotros uno de los pasajes más importantes con respecto a lo que Dios hace para salvarnos. Lo importante radica en el hecho de que nos ayuda a comprender mejor la salvación que es por pura gracia basada en la justicia de Cristo.

            Cuando nosotros enseñamos que la salvación es por la gracia de Dios, por lo que Cristo hizo en la cruz de Calvario y no por nuestras buenas obras, muchos podrían pensar que se está dando a los creyentes una licencia para pecar. Lejos de la verdad. El evangelio de Jesucristo es el evangelio de la salvación, pero también el evangelio del consuelo. Es de salvación para librarnos del pecado y es de consuelo porque es el evangelio de la gracia.

            Juan nos enseña cuál es la relación entre el cristiano y el pecado.

            La obra de salvación es una obra transformadora. Es una obra tan radical y enorme que es llamada una nueva creación. Pero hay algo importante que nunca debemos olvidar: somos transformados en principio. Nuestra total y absoluta transformación vendrá cuando estemos en los cielos. Mientras tanto nosotros tenemos un reto, ¿cómo trabajar con la realidad del pecado en nuestras vidas? ¿Cómo podemos trabajar con el pecado en nuestras vidas de tal manera que no destruyamos la gracia del perdón ni consideremos poca cosa la realidad de lo que es el pecado?

            De eso trata el pasaje que tenemos por delante. Hay un triple llamado aquí con respecto al pecado, la gracia y la acción de gracias. Vamos a ver cada uno de ellos.

 

I. El llamado a no pecar

            El apóstol Juan nos dice que el propósito del evangelio es llevarnos a no pecar. Cristo Jesús vino al mundo para salvarnos, no con nuestros pecados sino, de nuestros pecados.  Y aquí Juan nos dice que el propósito de él escribir esta epístola es para que no pequemos más. “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis”. Fíjate en la ternura con la cual el apóstol Juan se dirige a estos hermanos. En toda la epístola él utiliza esta frase de amor y dulzura. ¿Cuál es el propósito? Recordarles que él les ama.   Que, aunque él usa frases radicales y fuertes en toda la epístola, él lo hace porque les ama y punto.

            Hermanos, Dios nos salva para una vida de santidad y no de pecado. La obra que Dios hace por nosotros y en nosotros nos capacita para vivir una vida de santidad. Ese es nuestro norte.

            Jesús no vino para que nuestros pecados fueran perdonados y nada más. Jesús vino para que nuestra vida se apartara del pecado y se consagrara a Dios. Por tanto, Dios nos llama a no pecar.

            Es nuestro deber como creyentes, bajo el poder del Espíritu Santo, evitar todo tipo de pecado.  Ese es nuestro norte. Ese debe ser la meta de todo creyente. Mira lo que Jesús le dijo a la mujer cogida en adulterio. En Juan 8:11 “vete, y no peques más.” Jesús no le dice: “hija trata de evitar caer en adulterio”. Pero si caes no te preocupes yo estoy contigo. Eso no es el evangelio de Jesucristo. Ella sin lugar a duda se arrepintió de su pecado y fue perdonada por Jesús. Pero luego del perdón hay un llamado a apartarnos de todo pecado, “vete, y no peques más.”

            Lo mismo le enseñó Pablo a Timoteo en 2 Timoteo 2:18 “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” Si invocamos el nombre de Cristo hemos proclamado que le pertenecemos a Él, que hemos dedicado nuestra vida para vivir para Él. Que El es nuestro esposo y que seremos vírgenes santas delante de Jesús. Ese es nuestro voto cuando fuimos bautizados. Y este voto demanda apartarnos de toda iniquidad: sea de pensamiento, palabra y obras.

            Así que es nuestro deber apartarnos de todo pecado.

            Pero también debemos evitar todo aquello que nos lleve a pecar. Si hemos pecado por medio de la internet en algunos websites que hay, entonces evítalos. Apártate de ellos, es más debes considerar apartarte de la internet por un buen tiempo si ella es el medio que te lleva a pecar. Así de radical Dios nos llama a hacer. Busquemos Mateo 5:27-30 “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”. Fíjate que la cirugía es radical. Debemos cortar con todo aquello que nos lleve a pecar. No pases por la casa de la mujer ajena, no veas los programas o la televisión, no leas las revistas, aléjate de todo aquello que te esclaviza y te lleva a pecar. Si la internet te es ocasión de pecado: sácala y échala de ti. Si la televisión te es ocasión de caer: sácala y échala de ti. Si Facebook te es ocasión de caer: sácalo y échalo de ti. O totalmente o por un tiempo razonable. Muchas de estas cosas no son malas en sí mismo, pero pueden ser instrumentos o medios para pecar y si eso es así en nuestras vidas entonces Dios demanda una separación radical. 

            Si te das cuenta, el cristianismo nos enseña que todos los genuinos cristianos tienen como su meta evitar todo pecado. El desea y buscar vivir en obediencia a Dios. Y él busca vivir una vida que le agrade a Dios. Y tan pronto como descubre que ha estado haciendo algo mal busca con rapidez enmendar sus caminos. Ese deseo hacia la santidad y ese deseo de apartarse de todo pecado ha sido implantado en él. Dios le ha dado un nuevo corazón, una nueva mente, un nuevo deseo, una nueva actitud, una nueva meta. Su corazón ya no es suyo, le pertenece a Cristo. Y no puede sino evitar amarle y buscar agradarle.

            Pero, aunque ese es nuestro norte sabemos que somos pecadores. La perfección solo se logrará en los cielos. ¿Cuál debe ser nuestra reacción ante la triste realidad de que todavía pecamos? Juan nos dice…

II. El llamado a buscar a Cristo

            Fíjate que Juan sabe que todos pecamos todos los días. No hay un día en el cual no pequemos. Pero, si te das cuenta, Juan presenta el pecado como un caso hipotético. ¿Por qué? Porque él no quiere dar la idea de que tenemos libertad para pecar. Nadie tiene libertad para pecar. Nadie tiene libertad para hacer lo malo. Por eso él dice “y si alguno hubiere pecado”. ¿Qué debe hacer?  Debemos tratar con el pecado bíblicamente.

            Sabes qué, el mundo sabe que somos pecadores y nosotros también debemos saberlo. Es decir, ninguno de nosotros debe actuar como si nunca pecara, como si ya no caminara sino flotara. Uno de los grandes problemas con la iglesia es cómo tratamos con nuestro pecado. La tendencia es a esconder el pecado y decir aquí no ha pasado nada. Eso no es correcto. El pecado debe ser reconocido y no ocultado. Debemos ser lo suficientemente honestos y humildes para reconocer nuestros pecados. Dios espera eso. El mundo espera eso y así debe ser. Debemos tener una actitud de no justificar nuestro pecado sino confesarlo y apartarnos de Él.  Y buscar crecer en humildad. El pecado nos hunde, pero nos hunde más cuando lo justificamos y no lo confesamos ni nos apartamos. Y si hemos ofendido a alguien, es nuestro deber pedirle perdón, buscar la reconciliación y estar preparados para asumir las consecuencias del pecado.

            Pero Juan nos dice algo más. Si hemos pecado, Dios ha provisto un remedio para tratar con el mismo: Busca a Jesucristo porque Él es tu abogado.  

            Jesucristo es nuestro abogado. Esto implica varias cosas.

            En primer lugar, Él es nuestro representante. Dios Padre lo escogió para ser nuestro representante. Isaías 42:1 “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones.” No solo eso. El mismo se identificó como nuestro representante en su bautismo. Mateo 3:15 “Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.” Jesús en quien no había pecado se sometió al bautismo de arrepentimiento de Juan. El no tenía ningún pecado que confesar. Pero al someterse al ritual del bautismo Jesús se identificaba con los pecadores. El es nuestro representante ante el Padre.

            Y como nuestro abogado El defiende nuestras personas. El defiende nuestro testimonio. Y aunque como pecadores somos acusados: por Satanás, por nuestra conciencia, por nuestro prójimo y por Dios mismo, según consta en el libro de las memorias de Dios, libro de las obras, Cristo Jesús, como nuestro abogado defiende nuestro estatus delante de Dios. ¿Cómo El lo hace?

            Nos dice Juan, intercediendo por nosotros. El es nuestro abogado y por tanto es nuestro abogado defensor. ¿Cómo El presenta su defensa?

            Juan nos dice presentando delante del Padre su propia justicia. “abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” Jesús presenta su defensa en primer lugar, señalando que Él es el único cualificado para presentarse delante del Juez de toda la tierra.  Un ejemplo: “si yo como abogado me presento en la corte a defender un criminal, yo necesito tener unos requisitos. Y un requisito fundamental es que yo no sea un criminal. Que yo no esté en violación a la ley. De lo contrario tanto mi cliente como yo seremos lanzados a la cárcel”. Ahora bien, ¿quién podrá presentarse delante de Dios y defenderse delante de Dios? Solo el que esté libre de pecados. Ni tú ni yo podemos defendernos de nuestros pecados delante del Juez justo de toda la tierra. De ese Juez que lo ve todo, lo sabe todo y aborrece el más mínimo pecado. Pero hay alguien que hacerlo. ¿Quién? “Jesucristo el justo”. ¿Cómo Jesús presenta su defensa? Presentándose delante del Padre como el único cualificado para defendernos. El único justo en toda la tierra. El único que no tiene pecado. El único digno de delante del Padre. El único que puede abogar nuestra causa. “Jesucristo el justo”.

            Pero no solo eso. Jesús presenta su defensa, en segundo lugar, presentando la eficacia de su sacrificio ante el Padre. V. 2 “Y él es la propiciación por nuestros pecados”. Esa palabra propiciación es sumamente importante. ¿Sabes lo que significa? Significa que Jesús, con el sacrificio de su muerte, apaciguó la ira de Dios sobre nosotros. En su defensa Jesús presenta ante El Padre que la deuda por nuestros pecados ha sido saldada. Que los pecados han sido cubiertos. Que ya no hay más lugar para la ira porque la justicia ha sido satisfecha. Que ahora hay paz entre Dios y nosotros. Que jamás la ira de Dios se encenderá sobre nosotros. Que todos los creyentes estamos vestidos con la ropa de la justicia de Cristo. Que Él y nosotros somos uno. Que nuestra cuenta está llena de los méritos de Cristo. Que el arrepentimiento que tenemos por nuestros pecados es sincero porque El mismo nos lo ha dado. Que la fe que poseemos, aunque débil, ha sido dada por El. Que nuestra promesa de obediencia es sincera, aunque frágil, porque es fruto de su muerte. Así intercede Jesús por nosotros.

            Y esto que Jesús hace, no solo los hace por nosotros quienes hemos creído. Juan nos dice, está salvación lo es para todo aquel en el mundo que cree en Jesucristo. “y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”

III. El llamado a proclamarlo al mundo

            Es cierto que Juan no habla directamente de ir por todo el mundo y predicar el evangelio en este mismo pasaje. Pero la idea está presente.

            La iglesia tiene la encomienda de decir al mundo, solo Jesucristo el justo es la propiciación para tus pecados. No solo para los judíos sino también para los no judíos, los gentiles. No hay nada que puedas hacer para evitar que la ira de Dios te alcance, sino poner tu fe en Jesús. No hay salvador en el mundo que te reconcilie con Dios excepto al poner tu fe en Señor Jesucristo. No hay santidad, bondad, justicia de nuestra parte que logre apaciguar la ira de Dios solo la justicia de Cristo. Ese es el evangelio.

Aplicaciones:

1. El evangelio transforma las vidas. Su gracia nos capacita para luchar contra el pecado. Por tanto, aquél que vive en pecado o aquel que no busca cambiar su vida de pecado ni es sensible al pecado, no es un genuino creyente. Como tu trabajas con el pecado es evidencia de haber pasado de muerte a vida o evidencia de permanecer en la muerte.

2. A ti creyente que amas a Dios y buscas agradarle con una vida de santidad, Dios te dice Cristo es tu abogado. El defiende tu causa, no presentando tus obras sino las suyas. El no solo te defiende sino también aboga para que Dios derrame sobre ti todos los beneficios de la salvación que El ganó para ti. Él vive para interceder por ti. Jamás ha perdido un caso. El conoce la sinceridad de tu corazón. Sabe que somos frágiles. Y conoce tus lágrimas cuando te has avergonzado por tus pecados. Aun así, El no deja de rogar por ti, de orar por ti. Ni jamás dejará de llamarte su hermano. Confiesa tus pecados, apártate de los mismos, vístete de la justicia de Cristo.

3. Pero algún creyente sincero podría pensar: cómo Dios puede perdonarme. Lo que yo he hecho no merece perdón. Qué decimos al respecto: tienes razón, todo pecado merece en sí mismo la ira de Dios. Pero Dios ama a su pueblo y jamás los desecha. Mira a David. Mira los horrible de sus pecados: adulterio y asesinato. Dios no lo desechó. Su arrepentimiento fue sincero, mira el Salmo 32, 51. Mira a Pedro: negó a su Señor tres veces. Todo pecado es una negación de Jesús como nuestro Señor. Su arrepentimiento fue sincero: lloró amargamente. ¡Y no solo lo perdonó, sino que lo restauró de nuevo al oficio de pastor de su pueblo! ¡Cuán grande es su misericordia!

            Hermanos, Dios no llama a vivir una vida apartada de todo pecado. Hay una realidad en nuestras vidas: el pecado sigue presente. Si pecamos tenemos delante del Padre al único abogado que puede defendernos: a “Jesucristo el justo”. Ve a Él, en fe y arrepentimiento, y alcanza perdón y consuelo para tu vida.