Sermón: Lucas 2:25-32 El Nunc Dimittis

Lucas 2:25-32 “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26   Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. 27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, 28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: 29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; 30 Porque han visto mis ojos tu salvación, 31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; 32 Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.”

 

            Hemos venido predicando sobre los cánticos navideños que precedieron y siguieron el nacimiento del Señor Jesús. Y así debió ser. Dios merece toda adoración y que manera más hermosa que adorarle por medio de los cánticos. Cuando hay alegría es momento de cantar. Y Dios en su soberana sabiduría nos dio estos hermosos cánticos de adoración en la venida de nuestro glorioso Salvador el Señor Jesucristo.

            En los últimos dos domingos hemos estudiado el Magnificat de María. Hermoso cántico o salmo si me permiten identificarlo de esa manera. Un salmo que no revela lo increíble que era María. Que mujer piadosa. Que mujer poderosa en las Escrituras. Pero sobre todo que increíble privilegio el ser la madre de nuestro Señor, según la carne. El domingo pasado estuvimos estudiando el Benedictus de Zacarías. Y allí vimos cómo Zacarías por encima de darle gracias a Dios por darle un hijo en su vejez él le da gracias a Dios por acordarse de su pueblo y proveer para Israel y el mundo un poderoso Salvador.

            Hoy tenemos ante nosotros el cuarto cántico navideño conocido históricamente como el Nunc Dimittis, por las primeras palabras de ese cántico en Latín: “Nunc Dimittis servum tuum Domine” (Ahora, despide a tu siervo Señor).

            Este cántico fue pronunciado por un hombre llamado Simeón. Nada sabemos de ese hombre fuera de este pasaje de la Biblia. Todo lo que podemos saber de él está contenido en este hermoso pasaje. Y lo que nos dice de él este pasaje es suficiente para tenerle en alta estima.   

            Miremos lo que se dice de él, V. 25 “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso”. V. 26 “que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor”. Estas palabras no enseñan que él era un hombre viejo. Que sus días habían llegado a sin fin entre nosotros pero que Dios le había prometido que no vería la muerte antes de ver al Ungido del Señor, literalmente del griego al “Cristo del Señor”. La palabra Cristo significa ungido. Pero aparte de ser anciano era todo un verdadero cristiano. El era un hombre justo: dikaios, es decir, íntegro en su trato a su prójimo. Fiel a la segunda tabla de la ley. Todos podían confiar en él. No tenían problema al dejar dinero en la mesa ya que sabían que jamás se lo llevaría. Ningún esposo tendría problema en dejarle a su esposa a su cuidado. Era íntegro en sus palabras: para él el sí es sí y el no es no. Un hombre que respeta a la autoridad sin importar si esa persona es más joven que él o menos inteligente que él, o menos educado. Pero no solo eso. El era un hombre piadoso: eulabes, es decir, devoto, temeroso de Dios, reverente. Y en el contexto del pasaje: un hombre que toma en serio las promesas y la Palabra de Dios. Que confía en todo lo que Dios ha revelado en su Palabra. Que sabe que Dios espera que le sirvamos con sinceridad, con el corazón. Que vivir para Dios es la vida de su alma. El no solo sirve a Dios, él se entrega al servicio de Dios. El no es un cristiano de nombre. Uno de esos que caminan con la Biblia debajo del brazo, pero su vida no demuestra que conocen al Señor.

            Oh hermanos, así debemos ser siempre. Y así debemos envejecer. ¡Qué hermoso es ver a un anciano lleno de canas y lleno de piedad, fiel a Dios íntegro en su conducta ante los hombres y ante Dios!

            Pero el pasaje nos dice algo más. Y ese algo a mí me llena de regocijo. Y espero que a ti también. Nos dice el versículo 25 cuál era su esperanza. V. 25 Simeón “esperaba la consolación de Israel”. La palabra consolación ustedes la conocen:paraklesis”, de donde sale la palabra Parakletos. ¿Quién es el Parakletos? El Espíritu Santo. Simeón esperaba la consolación de Israel. Esperaba que Dios cumpliera su promesa de dar genuino y permanente consuelo a su pueblo. Y es de esa consolación que vamos a hablar hoy. Y vamos a contestar varias preguntas:

I. ¿Quién es la consolación de Israel?

            El cántico de Simeón nos dice que esa consolación nos viene por medio del hijo de María y José. Cuando María y José fueron al templo para circuncidar a Jesús Simeón lo coge en sus brazos y él ve en Jesús el Ungido del Señor. Él es la consolación de Israel. Simeón bendice a Dios V. 30 “Porque han visto mis ojos tu salvación”. Jesús mismo es nuestra salvación.   Es por su muerte y resurrección que nosotros podemos disfrutar de una perfecta consolación.

            Oh hermanos, la tendencia nuestra es buscar consolación sólida y permanente en las cosas del mundo. Dios ha diseñado este mundo con cosas que nos consuelan. Un amigo, un hermano, la hermosura de la creación, una esposa, un esposo, el trabajar, etc. Son cosas que en un sentido producen satisfacción y cierto consuelo. Pero todas estas cosas Dios nos la da para que busquemos en El la fuente de todo consuelo.  Todos estos consuelos son débiles y efímeros. Nuestros amigos se van o parten de este mundo. Las riquezas son inciertas. Pero Dios es permanente. Simeón nos dice que es en el Ungido del Señor, en el Cristo de Dios en todo nosotros debemos buscar toda consolación.

            Jesús puede consolar porque El fue ungido por Dios para traer consolación. Ese es parte de su ministerio. Miremos Isaías 61:1-3 “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; 2 a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; 3 a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya.” Según Lucas 4:18-19, las palabras de Isaías se cumplen en Jesús. El fue ungido con el Espíritu Santo para ser nuestro Consolador.

            Y como El fue experimentado en quebranto El puede consolar a todos sus hermanos que sufren. Como Él fue menospreciado incluso por sus discípulos El puede consolar cuando somos menospreciados por los seres más íntimos nuestros. El sabe lo que es sentirse solo, abandonado, rechazado. Y con su presencia y Espíritu dar consuelos a sus hijos.

            Pero el consuelo mayor descansa en el hecho de que solo El nos puede dar el consuelo fruto de su muerte y resurrección. Dice Romanos 5:12 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;” Qué consuelo es saber que Dios no es nuestro enemigo. Que realmente puedo decir que Dios es mi amigo, que El camina conmigo. Ese privilegio es solo de los creyentes. Nadie disfruta de ese beneficio. Solo gracias a Jesús. Solo gracias al Dios y Padre del Señor Jesucristo. Y solo gracias al Espíritu Santo.

II. ¿En qué consiste esa consolación?

            Consiste en que Jesús traerá V. 32 “Luz para revelación a los gentiles”. Sin Jesús el mundo está en tinieblas. El paganismo, la idolatría, la irracionalidad arropa este mundo que dice ser un mundo intelectual, un mundo avanzado. Nos libra de las cartas del Tarot, de la ouija, del horóscopo, de dar igual o mayor valor a los animales que a los seres humanos, nos libra de la práctica del aborto, de la eutanasia, etc. Jesús trae consigo mismo la verdad porque El es la luz del mundo.

            Consiste en que ella es V. 32 “Y gloria de tu pueblo Israel”. Para el pueblo de Israel significó ser la nación de la cual vendría el Salvador. Un gran privilegio que ninguna nación ha tenido ni tendrá en este mundo.

            Pero lo grande de esa consolación es el hecho de que capacita a un creyente a enfrentar la muerte con paz. Mira a Simeón. Cuando él vio a Jesús y lo tomó en sus brazos él dijo, V. 29-30 “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; 30 Porque han visto mis ojos tu salvación”. Simeón podía enfrentar la muerte en paz por dos razones. En primer lugar, porque él vio que Dios cumple su Palabra. Dios le reveló por el Espíritu Santo que él no moriría hasta que viera al Ungido del Señor. “despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra”. Y Dios cumplió su Palabra. En segundo lugar, porque Simeón tuvo en sus manos la salvación de Dios. El tuvo en sus manos la seguridad de que Dios salva a su pueblo. De que todo lo que Dios había prometido cumplir para la salvación se estaba cumpliendo con Jesús.

            Lo grande de esa consolación para todos nosotros hoy día es que Cristo ya compró nuestra salvación. Cuando Jesús dijo en la cruz: Consumado es, ya había revelado que no hay que hacer nada más por la salvación de nuestras vidas. No hay nada que hacer para adquirir los cielos: excepto tener fe salvadora en el Señor Jesucristo y arrepentirnos de nuestros pecados para con Dios.

            Lo grande de esa consolación es que nosotros ahora podemos enfrentar la muerte en paz y sin temor. Porque, qué es la muerte sino el paso a una mejor vida. Qué es la muerte sino el reposo de nuestras vidas. Qué es la muerte sino el poder ver a Dios cara a cara. Qué es la muerte sino el experimentar en carne propia la más perfecta felicidad, santidad, paz, amor, gozo, en donde ya no hay más dolor ni tristeza. Y esa paz se acompaña con la seguridad que, así como Dios ha cuidado mi vida El cuidará de cada cabello de los miembros de mi familia. Solo la fe en Cristo nos reviste de esa paz. Solo Cristo da esa paz. ¿Cómo un creyente puede enfrentar la muerte en verdadera paz? ¿No una paz fingida, no una paz basada en la ignorancia sino una paz verdadera, real y que no avergüenza? Porque Jesús es el consolador para el mundo y especialmente para ti y para mí.

            Por eso Dios merece toda alabanza y gloria. Amén.