Renunciando a la Idolatría del Dinero by Eduardo Flores

Si puse en el oro mi esperanza, Y dije al oro: Mi confianza eres tú; Si me alegré de que mis riquezas se multiplicasen, Y de que mi mano hallase mucho; Si he mirado al sol cuando resplandecía, O a la luna cuando iba hermosa, Y mi corazón se engañó en secreto, Y mi boca besó mi mano; Esto también sería maldad juzgada; Porque habría negado al Dios soberano” Job 31: 24-28

     ¿Cuántos de nosotros no hemos deseado tener el auto último modelo, vivir en una mansión, poder salir de paseo y gastar dinero sin tener que preocuparse por el mañana? Si ponemos la mano en nuestro corazón, muchos de nosotros levantaríamos la mano aceptando que así hemos vivido. El amor al dinero ha traído destrucción en la vida de muchas personas, e inclusive en la vida de muchas iglesias “cristianas”. Este mal ha calado en el cristianismo y ahora vemos doctrinas en donde se enseña la “prosperidad material” que según los hombres que así lo enseñan, Dios quiere darnos.  El deseo por las riquezas ha causado divorcios, división familiar, en fin muchos males. Familias enteras se pelean por ver quien se queda con la mejor parte del legado de algún familiar que ha muerto. Verdaderamente es algo trágico.

Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Lucas 16: 13

Cuando leemos Éxodo 20 comprendemos que Dios nos exige que le adoremos únicamente a Él. Nos dice claramente que NO debemos tener otros dioses. Pero, ¿cómo se convierte el dinero en un dios? El amor a ser rico, nos transforma. En algunos casos entregamos nuestra vida al trabajo para hacer dinero; en otros casos delinquimos para ganar dinero fácil; hacemos negocios sucios para ser ricos; y perdemos de vista a Dios. En otras palabras, ese amor al dinero, nos hace olvidar que Dios es el dueño de nuestras vidas y que el único fin por el cual fuimos creados fue para alabarle y adorarle. Si trabajamos en exceso, nos gana el cansancio y no tenemos tiempo para estar en contacto con Dios diariamente; si delinquimos es porque no tenemos a Dios como ser supremo en nuestra vida y por ello nos dedicamos a hacer lo malo. Lo importante es que comprendamos que si rompemos el primer mandamiento de Dios, de seguro pecaremos.