“Airaos, pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo,
ni deis lugar al diablo.” -Efesios 4:26
Dios no nos prohíbe airarnos, sino que nos manda a no pecar cuando lo estamos. Y es que la ira es parte del equipo original con que fuimos dotados por Dios. La Biblia nos habla ampliamente de la ira de Dios, sin atribuirle ningún pecado. Nuestro Señor Jesucristo actuó airado cuando limpió el templo de los mercaderes. El día que los seres humanos perdamos la capacidad de indignarnos contra el mal, la injusticia, la corrupción y toda otra expresión de pecado, será porque habremos llegado a la profanación más terrible de la imagen de Dios conforme a la que fuimos creados. Posiblemente no haya un lado más oscuro de una persona, ni una peor imagen de ella, que verla bajo el control absoluto de la ira.
Lo que la Palabra de Dios nos advierte es a no dejar que nuestra ira nos haga pecar. Cuando en vez de tener la ira bajo control, ella llega a controlarnos, el pecado está a la puerta, y no tardará en enseñorearse de nosotros. Podremos racionalizarla diciendo que “somos así”, que “es algo hereditario”, que “no nos podemos contener”, pero nada de eso justifica una ira descarriada, explosiva, ventilada, fuera de control, hiriente y destructiva. Cuando la ira nos maneja a nosotros, estamos pecando. Cuando tratamos de controlar a otros con nuestros predecibles arranques de ira, estamos pecando.
Pero, la internalización de la ira, también es pecado. Es el uso auto destructivo de la ira. El mutismo obstinado es como tragar fuego. Esto produce amargura, resentimiento y raíz de amargura que nos contamina personalmente y a otros, también.
El manejo cristiano de la ira presupone tenerla bajo control y usarla adecuadamente -“Airaos, pero no pequéis.” Lo primero que no nos debe impedir la ira es amar porque “el amor cubrirá multitud de faltas”. Si la falta no puede ser cubierta por el manto del amor, entonces debemos orientar nuestra ira en la búsqueda de una solución al problema, que es algo muy distinto al ataque personal. De lo contrario podemos caer en acciones destructivas o hipócritas.
El manejo cristiano de la ira no impone un control en la forma de comunicarla: nada de agresiones verbales o malas palabras. Un control de tiempo: “No se ponga el sol sobre vuestro enojo.” Y un control sobre las ventajerías que pueda tomar el diablo: “ni deis lugar al diablo.” No olvidemos que el es el acusador de
nuestros hermanos. Que la especialidad del diablo es hurtar, matar y destruir. Y los cristianos no podemos jugar de ese equipo, porque el que no recoge con el Señor, desparrama.
Si no estás manejando la ira como Dios manda, estás pecando contra Dios, pecando contra el prójimo y pecando contra ti mismo.
Tienes un problema con Dios que se arregla con arrepentimiento, confesión y perdón.
Tienes un problema con el prójimo que se arregla con buena comunicación y reconciliación.
Tienes un problema contigo que se arregla cambiando ese mal hábito pecaminoso de la vida antigua, por el que Dios ha diseñado para que sus hijos sean felices.
Identifica tus fuentes de ira: maltrato físico y verbal, infidelidad, divorcio, fracaso, pérdidas, problemas de los hijos, la injusticia, etc., y considera la forma inapropiada que has bregado con ella. Recuerda que nada de esto en realidad te da ira, tú eres quien te airas o te dejas airar. Asume responsabilidad sobre tu ira, manejándola como Dios manda en su Palabra. Esto tiene que ver con la gloria de Dios, tu felicidad, y la de otros.