Isaías 6:1-5 “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. 2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. 5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.”
Tenemos delante de nosotros la visión de la presencia de Dios que tuvo el profeta Isaías.
El profeta Isaías vivió en Jerusalén en el siglo 8 a. de C. El es llamado el “profeta evangélico” porque en su libro habla mucho acerca de la venida del Mesías, del nacimiento del Mesías de una virgen, de su sabiduría, de su reino glorioso y de su muerte violenta.
En este capítulo tenemos a Isaías diciendo que él tuvo una visión de Dios en el año en que murió el rey Uzías. Este rey murió para el año 740 a.C. Este Uzías era el rey leproso. Lo interesante de este hombre y su lepra es el por qué Uzías padecía de lepra. Esa lepra fue el castigo de Dios por su pecado. Uzías comienza a reinar en Judea cuando tenía 16 años. Y él era un joven temeroso de Dios. El fue un rey que obedecía a la voz de Dios. El fue un rey que trajo mucho bien a las tribus del sur. Y Dios lo prosperó mucho. Recibió de parte de Dios mucha bendición. Pero lamentablemente como muchas veces pasa el rey en vez de mantenerse humilde y agradecido de las bendiciones de Dios se llenó de orgullo. Creía que él era lo más grande. Y como él era el rey creía que tenía derecho a hacer cualquier cosa que quisiera. Y quiso hacer las funciones de sacerdote. El quería ofrecer el incienso a Dios que les correspondía solamente a los sacerdotes. Y cuando él trató de hacerlo los sacerdotes se le cuadraron delante. Y le dijeron que él no tenía tal derecho. Y aún así él quería hacerlo y fue así que Dios le castigo con lepra. Y de esa lepra él muere. ¿Por qué Dios castigo al rey Uzías con lepra? La respuesta es sencilla porque Dios es santo. Dios aborrece el pecado. Y Dios se separa de toda maldad.
Y fue en ese año, en que murió el rey Uzías, que Isaías “vio al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.” El vio una teofanía o una manifestación visible de Dios. El vio al Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, según Juan 12:38-4 “para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; Para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, Y se conviertan, y yo los sane. Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él.” Jesús es el Señor sentado sobre un trono alto y sublime y sus faldas, o más bien la parte de abajo de la toga o manto de un juez, que llenaban el templo. Que la referencia lo es a la ropa de un juez en vez de un rey o de un rey actuando como juez, se basa en el hecho de que Dios envía a Isaías a traer juicio de endurecimiento al pueblo de Dios por su pecado.
Y “por encima de él [Dios] había serafines [ángeles]; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban”. Estos serafines son ángeles de pie ante Dios en espera de sus órdenes, dispuestos a cumplir sus mandamientos a toda prisa, como todo hijo de Dios debe hacer, debe obedecer los mandamientos de Dios sin tardar. Y aunque tenían seis alas volaban con dos, se cubrían el rostro con dos alas y con las otras dos cubrían sus pies. No podían tolerar la gloria del Hijo de Dios. Tenían que cubrir sus caras por el increíble resplandor de su gloria. Pero además cubrían sus pies, lo cual puede significar su condición de criaturas o sus partes privadas como a veces así se utiliza en las Escrituras.
“Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.” Los ángeles daban voces diciendo que Jehová de los ejércitos de tres veces santo, y los encajes de las puertas del templo se estremecieron al clamor del ángel. Y tan pronto Isaías vio al Señor él se sintió morir y dice: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” Al ver la santidad de Dios y conociendo que era un pecador pensó que moriría. Y esto es verdaderamente importante para nosotros. Nos da una enseñanza impresionante. Cuando una persona ve realmente a Dios, no con los ojos de nuestras caras, sino a través del espejo de las Escrituras es inevitable que vea también su pecado. Se reconozca como pecador e indigno de estar delante de la presencia de Dios. Toda soberbia es destruida y un sentido de que Dios es lo más grande que existe y no ser nada delante de Dios es el resultado. Un hombre distinto sale de allí. Un hombre humilde, dependiente de Dios, un vaso dispuesto a ser usado por el Señor. Todo eso produce la santidad de Dios. Dios es santo. Es más, Dios es un Espíritu infinito, eterno e inmutable en su santidad. Pero, ¿Qué es la santidad de Dios? ¿En qué cosas Dios manifiesta su santidad? Y, ¿qué aplicaciones prácticas podemos extraer de esta doctrina? De eso trata el sermón de hoy. Veamos.
I. ¿Qué es la santidad de Dios?
Cuando hablamos de la santidad de Dios hablamos de la perfección ética y moral de Dios. Y generalmente hablamos acerca de la pureza de Dios. Pero antes de hablar de eso es importante entender que la palabra santo en hebreo proviene de una palabra que significa cortar, separar. Por tanto, por la santidad de Dios debemos entender primeramente su separación de todo lo que existe. Dios es separado de todo. Dios es distinto de todo. Nada ni nadie es igual a Dios. El es único. Busquemos Isaías 40:25 “¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo.” Lo mismo dijo Moisés en Éxodo 15:11 “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, Terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?” En última instancia Dios no puede ser comparado con nada ni nadie. Dios no está a la par con nadie. La gente se cree que conoce a Dios. Pero si esa fe no descansa en la Palabra de Dios, en su auto-revelación jamás conocerán correctamente a Dios porque Dios es santo, Él es distinto a todo lo que existe.
Este atributo o esta perfección de su ser enfatiza la trascendencia de Dios. El es más allá de este mundo. Él es exaltado sobre todo lo que existe en infinita majestad. Él es separado de todas sus criaturas. Esto lo podemos ver en el pasaje de Isaías. Lo impresionante de esta visión es el hecho de lo que hacen los ángeles. Los ángeles son seres sin pecado. No hay maldad en ellos. Y aún así tienen que cubrir sus rostros ante el resplandor de la santidad del Hijo de Dios. Para ellos, la santidad de Dios fue la separación, que la presencia del ser de Dios produce en las criaturas.
La santidad de Dios es, en un sentido, su propio nombre. En su santidad Él es Dios. Habacuc 3:3 “Dios vendrá de Temán, Y el Santo desde el monte de Parán. Su gloria cubrió los cielos, Y la tierra se llenó de su alabanza.” No solo eso. El pasaje nos dice que su santidad es su gloria. La santidad de Dios es Dios mismo.
La santidad de Dios es también su separación del pecado. Dios es éticamente santo. Dios es separado de todo mal moral. Y en virtud de eso Dios no tiene comunión con el pecado. En Habacuc 1:13 “Muy limpio eres de ojos para ver el mal”. Dios no ve el mal, es decir, El no lo aprueba, ni se deleita en el pecado. El no cree que el pecado sea una tontería. Dios no sólo detesta el pecado, El lo aborrece con todo su ser. Salmo 5:4-6 “Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El malo no habitará junto a ti. 5 Los insensatos no estarán delante de tus ojos; Aborreces a todos los que hacen iniquidad. 6 Destruirás a los que hablan mentira; Al hombre sanguinario y engañador abominará Jehová.” 1 Juan 1:5 “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas [maldad] en él.”
La santidad de Dios es también su excelencia moral y perfección ética. E implica su absoluta pureza. Por tanto, Dios eternamente desea, busca y se consagra a Sí mismo como el único bien que existe. Dios no solo es el bien supremo sino el único bien.
II. ¿En qué cosas Dios manifiesta su santidad?
Dios revela su santidad de diversas maneras. El revela su santidad en todas sus obras. Como, por ejemplo:
1. En la creación del hombre. En Eclesiastés 7:29 “Dios hizo al hombre recto”. Y Moisés nos dice que Dios creó al hombre en su imagen. Y Pablo nos dice que esa imagen consiste en conocimiento, justicia y santidad. Y es de ese estado de santidad que todos nosotros caímos.
2. En su Providencia, en el gobierno de este universo. Dios muestra su santidad en el castigo con el cual El visita a los pecadores. Thomas Boston: “Todos los terribles juicios los cuales El ha derramado sobre los pecadores surgen de la santidad de Dios y su odio al pecado. Todas las terribles tormentas, enfermedades, guerras, pestilencias, plagas, etc. son enviadas con el propósito de vindicar su santidad y odio al pecado”. El odio al pecado lo vemos cuando Dios decide no salvar a los ángeles que pecaron. No hay salvación para su pecado. Lo vemos también en condenar al infierno de fuego, para ser atormentados, perfectamente, de día y noche, por toda la eternidad, a los pecadores: a los que no creen en Cristo como su Señor y Salvador o no obedecen al evangelio.
Su odio al pecado lo vemos cuando Dios visita a su propio pueblo con castigo disciplinario. Dios disciplina a sus propios hijos. Dios no tolera el pecado en sus hijos. A veces Dios castiga, en esta vida, más fuertemente, a sus hijos, que a los no creyentes. Mira las vidas de David, Salomón y Jonás. Mira a Moisés, incapaz de entrar a la Tierra Prometida por su pecado. El castigo de Dios sobre su propio pueblo demuestra que Dios odia el pecado como pecado y no porque fue hecho por los peores hombres.
3. En la obra de salvación hecha por Jesús. Aunque Jesús era el Hijo de Dios, El castigo a su Hijo por nuestros pecados. Jesús sufrió. El fue torturado, escupido, azotado, burlado, y asesinado en la cruz del Calvario. ¿Y por qué? Porque El llevó sobre Sí mismo nuestros pecados. 2 Corintios 5:21 “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”. Y porque por nosotros fue hecho pecador, Dios castigo el pecado en su carne. El murió agonizando. El murió sufriendo. El fue abandonado judicialmente por su Padre. Y tal separación fue tan horrible que le llevó a exclamar: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Jesús sufrió el infierno por nosotros. Sus sufrimientos equivalen a los que sufren los que están en el infierno. Dios odia el pecado. Lo odia porque El es santo.
III. Aplicaciones prácticas.
1. La santidad de Dios me recuerda que yo no soy santo. Me recuerda que yo soy pecador. Y que ningún pecador podrá estar en la presencia de Dios. Me recuerda que jamás podré ofrecer por mí mismo un sacrificio perfecto para poder expiar, cubrir, limpiar y pagar por mi pecado. La santidad de Dios nos debe llevar a la santidad de Jesús. Es porque Jesús es Dios verdadera, hombre verdadero y perfectamente santo que su sacrificio en la Cruz satisface la justicia de Dios. Solo vestido de su santidad, sus méritos, su justicia es que podemos estar presentes delante de Dios.
2. Y esto me recuerda la misericordia de Dios. Yo no puedo ofrecer un sacrificio puro y santo que pague mi deuda de pecado delante de Dios. Porque solo contra Dios pecamos. Pero Dios en su misericordia proveyó un sacrificio, el sacrificio de Cristo en la Cruz. Él no tenía que hacerlo. ¿Por qué tenía que hacerlo? Él nos debe algo. ¿Acaso no caímos y caemos en pecado libre y voluntariamente? ¿No es el pecado rebelión contra Dios? Todo eso es cierto, pero Dios es misericordioso. Podemos caer lo más bajo que alguien se pueda imaginar. Aun allí su misericordia nos puede alcanzar.
3. La santidad de Dios me recuerda lo pequeño e insignificante que somos nosotros en comparación con Dios. Y esto debe producir en nosotros un sentido de humildad y mansedumbre. Isaías 29:19 “Entonces los humildes crecerán en alegría en Jehová, y aun los más pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel.” Esa es la actitud correcta ante la santidad de Dios. Y nos debe llevar a preguntar, ¿Quién soy yo para que Dios tenga de mí memoria? ¿Quién soy yo para que Dios me provea de alimento y me colme de bienes todos los días? ¿Quién soy yo para exaltarme por encima de los demás como superiores a mi prójimo, o mi hermano en la fe? Ellos son tan insignificantes que yo en comparación con Dios.
4. La santidad de Dios me debe llevar a vivir una vida consagrada a Dios. Dios se consagra a Sí mismo. Y nosotros, como sus hijos, debemos vivir vidas consagradas, es decir, separadas del pecado y orientadas hacia Dios. Dios requiere esto de nosotros. “Sed santos, porque Yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Y esto implica que mi vida debe girar en torno a Dios. Todo lo que hago, lo que hablo, lo que vivo debe ser consagrado a Dios. Él debe ser la prioridad en mi vida. Su reino, su Palabra, su adoración, su servicio, debe ser lo primero. ¿Es así en tu vida?
Quiera Dios que así sea en la vida de cada uno de nosotros.