Sermón: Marcos 7:9-13 Honrando a las Madres

Marcos 7:9-13 “Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas.”

 

            No hay nada como el amor de una madre. La historia misma y las culturas de una manera u otra han procurado honrar a sus madres. Y la Biblia misma celebra y exalta el amor de una madre. Por ejemplo, en Isaías 66:13 nos describe el amor tierno, compasivo y consolador de las madres. “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo.” Así como las madres consuelan a sus hijos: que los toman entre sus brazos, los aprietan, ellos sienten el calor y la ternura de amor de ellas, saben que ese amor es sincero y desinteresado, de igual manera Dios consolará a su pueblo: los rescatará y los llevará de regreso a Jerusalén. ¿Por qué? Porque el amor de Dios es sincero, desinteresado, tierno y compasivo para sus hijos. Fíjate que Dios utilizó el amor de las madres para enseñarnos acerca del amor tierno y consolador de El mismo. En otras palabras, podemos decir que el amor de una madre es analógico al amor de Dios por su pueblo. ¿Por qué decimos que es analógico? Porque es parecido. No es 100% idéntico. El amor de Dios trasciende el amor de una madre.

            Pero la historia, las culturas y sobre todo la Biblia exaltan y dan honor a las madres. Y por tanto nos enseña la Biblia la gran responsabilidad de amor que tienen los hijos hacia sus madres. Pero, aunque eso es cierto y los hijos saben que deben honrar a sus madres y las madres se encargan de recordárselo de vez en cuando, a veces los hijos, tristemente buscan la manera de no cumplir fielmente con ese mandamiento. De eso trata el pasaje que tenemos aquí.

            En el pasaje de Marcos tenemos una denunciación de parte de Jesús. El acusa a los fariseos, escribas y a todos los judíos de este pecado. ¿Cuál pecado? El de invalidar el mandamiento de Dios por guardar sus tradiciones. V. 9 “Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.” Dios tiene autoridad sobre nosotros. Sus mandamientos son para ser obedecidos. Y nada debe de interponerse en el cumplimiento de los mismos.

            Pero los judíos estaban invalidando los mandamientos de Dios. Específicamente el 5to mandamiento que dice:  V. 10 “Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre;” No solo estaban invalidando el 5to mandamiento de la ley moral sino otros mandamientos semejantes, V. 13 “Y muchas cosas hacéis semejantes a estas.” No era algo nuevo y no era algo que se limitaba al 5to mandamiento.

            Moisés dijo: “honra a tu padre y a tu madre”. Pero, aunque Moisés lo dijo, el mandamiento no es de Moisés sino de Dios. Moisés era un profeta de Dios y su deber era revelar las Palabras de Dios tal como Dios las reveló. Dios iba a poner sus Palabras en la boca de sus profetas y ellos iban a comunicar exactamente lo que Dios reveló. Esa era el oficio del profeta. Por eso en el pasaje paralelo en Mateo nos dice en Mateo 15:3-4 “Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre”. Fue Dios quien mandó u ordenó ese mandamiento. Pero Él lo hizo por medio de Moisés. El mandamiento es de Dios, pero fue predicado por el profeta, Moisés.

            Y como es de Dios, es revestido de toda la seriedad del mundo. Tan importante es para Dios este mandamiento que Dios mismo ordenó la pena de muerte sobre los hijos que maldijeren a sus padres. V. 10 “y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente.” En el AT Dios ordenó la pena de muerte sobre los hijos que maldijeren a sus padres. Claro está, la pena de muerte no era sobre cualquier niño sino sobre hijos adultos que eran rebeldes, maltratantes hacia sus padres y que incluso hubieran intentado matar a sus padres. Tales actitudes eran llamadas “maldecir a los padres”. Así que no se limitaban a meramente decir maldiciones con la voz.  Entonces, en el AT maldecir a los padres era un crimen y también un pecado.

            Pero los judíos por medio de tradiciones inventadas por ellos mismos, no mandadas por Dios, buscaban invalidar el mandamiento de Dios. ¿Cómo así? V. 11-12 “Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre,” Los judíos habían inventado una tradición que dio paso a liberar a los hijos del deber de ayudar a sus padres. ¿En qué consistía? Si unos padres iban donde su hijo para pedirle ayuda económica, si el hijo decía: es Corbán, es decir, “es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte”, entonces, quedaba libre de ayudar económicamente a sus padres. Y lo interesante no es solo eso. La tradición no requería que el hijo entregara necesariamente ese dinero al templo o a alguna entidad religiosa. Él podía retener ese dinero incluso hasta la muerte y lo que sobrare, si sobraba algo, entonces podría ir al tesoro del templo. Solamente con decir: “Es Corbán”, quedaba libre de la responsabilidad de ayudar a sus padres.

            Jesús les dice: Dios no ha ordenado eso en su Palabra. Les dice que tal tradición busca invalidar la Palabra de Dios, el mandamiento de Dios. V. 13 “invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido.”

            Tal tradición daba la apariencia de ser piadosa. Daba la apariencia de santidad, pero era todo lo contrario. 

            ¿Qué eran las tradiciones de los judíos? Eran mandamientos en donde se buscaba aplicar en la vida práctica los mandamientos de Dios. Esto en sí mismo no es malo. Toda doctrina es para ser vivida. Pero, lamentablemente, los judíos llevaron esto al punto de hacer reglas y mandamientos para justificar el violar los mandamientos de Dios. Ese es el ejemplo que tenemos aquí. Pero hay otro conocido. Para los judíos el día de reposo es el séptimo día. Y como día de reposo es el deber de ellos descansar en ese día. Y la tradición decía que no se podía caminar distancias largas en ese día a menos que fuera a ir a una de tus hogares. ¿Cómo ellos lograban caminar grandes distancias en el día de reposo sin quebrantar el mandamiento? Fácil. Para ellos una prenda de vestir en un lugar era considerado su hogar. Así que el día viernes dejaban en ciertas partes del camino a recorrer una prenda de ellos: sea un zapato, un pañuelo, etc. y en el sábado iban a recogerlo y tal distancia era permitido porque era viajar a su hogar. Y de esa manera podía viajar largas distancias en el día de reposo sin quebrantar el mandamiento. Sus tradiciones vinieron a invalidar los mandamientos de Dios.

            Ahora bien, ¿Cómo aplicamos esto hoy día? Yo me temo que a veces nosotros hemos hecho algo semejante. A veces con nuestros actos invalidamos el mandamiento de Dios por las tradiciones de los hombres.

            Dios nos manda a honrar a nuestros padres. Y ya que estamos celebrando el Día de las Madres tomemos a las madres como ejemplo. Dios nos ha dado a nuestras madres. Somos el fruto de ellas. Y ellas han cuidado de nosotros: desde el mismo momento que estuvimos en el vientre ya éramos amados y cuidados por ellas. Y las que han adoptado han amado a sus hijos antes de haber llegado al hogar. Y han provisto para nosotros: nos han alimentado, vestido, añoñado, acariciado, estudiado con nosotros. Nos han bañado. Se han amanecido con nosotros cuando estábamos enfermos. Se han desvelado y se han consumido pensando qué pasará con nosotros cuando crezcamos. Y aun después de adultos siempre están pendientes de nosotros. Y ejemplos de estas cosas las podemos multiplicar fácilmente.

            Y Dios nos llama a honrarlas. ¿Qué significa honrarlas? Significa amarlas, respetarlas, cuidar de ellas, proveer económicamente para ellas, visitarlas, estar pendiente de sus necesidades.  Seguir sus consejos y mandamientos, etc.

            Veamos algunos pasajes que tratan sobre lo que significa honrar a nuestras madres.

            Levíticos 19:3 “Cada uno temerá a su madre…, y mis días de reposo guardaréis. Yo Jehová vuestro Dios.” Qué es temer sino respetar y obedecer a nuestras madres. No hay respeto si no hay obediencia. Ni hay respeto cuando obedecemos con malas crianzas.

            Proverbios 1:8 “Oye, hijo mío, …no desprecies la dirección de tu madre;” Es decir, no rechaces sus instrucciones. Ella busca tu bien. Y sus consejos debemos seguirlos, tomarlos con seriedad y respeto. No te creas que te lo sabes todo. Ellas han vivido más que tú. Sigue su dirección.

            Proverbios 23:22b “cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies.” Cuando esté viejita no la menosprecies, no te burles de ella, no te quejes cuando te repite las cosas dos y tres veces. O que te cuente la misma historia una y otra vez. O que le tengas que repetir las cosa varias veces porque se les olvida con facilidad lo que les dijiste. No pienses que son una molestia al tener que llevarla dos y tres veces al médico. No pienses que es una carga para ti.

            Pero hay algo importante que tomar en cuenta. Jesús nos dice que es posible invalidar el mandamiento de Dios por medio de tradiciones inventadas. Hay prácticas que nos pueden llevar a invalidar los mandamientos de Dios. Hay acciones que pueden dar la apariencia de piedad, santidad y obediencia cuando realmente no es así. Por ejemplo, un hijo puede pensar que honrar a las madres es meramente hacer el CDT una vez al año. Y él o ella cree que honrar a las madres es hacer un CDT. ¿Qué es el CDT? El CDT es: carta, desayuno, te amo. Y puede pensar que si yo hago eso una vez al año y le escribo una cartita diciéndole lo mucho que la amo y el domingo del Día de las Madres me levanto temprano para hacerle su desayuno preferido y cuando le doy la carta y el desayuno le digo te amo, eso es suficiente para honrarlas. Si pensamos así también actuamos como los judíos quienes invalidaban el mandamiento de Dios por las tradiciones de los hombres. A veces las madres reciben un día de honra al año y 364 días de deshonra. ¿Es honrar a las madres el hacer cosas bellas para ella el Día de las Madres y pasarnos todo el año en desobediencia a ellas? ¿Borramos todas nuestras desobediencias con un mero CDT? Yo no lo creo así.

            Pero hay otras maneras sutiles de invalidar los mandamientos de Dios por medio de tradiciones inventadas. Un hijo o hija puede creer que honra a su madre por el hecho de que la llama de vez en cuando. Dice a su corazón: “Ella sabe que yo pienso en ella ya que la llamo de vez en cuando”. Claro está, no es malo llamarla, pero es mejor visitarla con regularidad. Creer que nuestra llamada telefónica sustituye el visitarla, el estar presente con ella, es invalidar el mandamiento de Dios por medio de tradiciones inventadas. O creer que meramente si le doy dinero de vez en cuando, eso es suficiente para honrarlas. Llevarla a cenar una vez al año tampoco es suficiente.

            A veces hay hijos que crecen pensando qué mami puede hacer por mí y pocas veces se preguntan qué debo estar haciendo por ella.

Aplicaciones adicionales:

1. El amor de una madre es grande, pero aun así no se compara con el amor de Dios por sus hijos. Mira como lo dice Isaías 49:15 “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.” La pregunta es retórica. Y la contestación es que difícilmente una madre se olvidará del hijo que dio a luz. Es casi imposible que así sea. Es algo que uno no se lo puede imaginar. Así que la comparación que usa Isaías es entre el amor de una madre por sus hijos. Su amor es tan grande, su apego a sus hijos es tan enorme que jamás uno pudiera pensar que una madre se olvidara y abandonara a su hijo. Es casi humanamente imposible que esto ocurra. Esta es la idea. Pero Dios revela a su pueblo que, aunque eso es casi imposible que ocurriera, aun así, si ocurriese, jamás me ocurrirá a mí, dice Jehová. “Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.” Dios nunca jamás olvida a su pueblo. Dios nunca abandona a su pueblo. El nunca deja de amarnos, protegernos, cuidarnos, consolarnos, rescatarnos, salvarnos. El amor de una madre es grande, pero el amor de Dios es superior. Nuestras madres están un tiempo limitado con nosotros, pero Dios es eterno. Su amor y presencia siempre está y estará con nosotros. Fue Jesús quien dijo: He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin (Mateo 28:20).

2. Hermanos, hay una madre que nunca debemos olvidar. Y esa madre es la iglesia. Por eso Cipriano, Agustín y Calvino dijeron: “Nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a la iglesia como su madre.” ¿De dónde Calvino sacó eso? De la Palabra de Dios. Dice Gálatas 4:26 “Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre.” Somos hijos de la nueva Jerusalén celestial. La iglesia es la madre de todos nosotros. Fue en su vientre que Dios nos engendró por medio de la Palabra que ella predicó. Porque solo ella está autorizada a predicar la Palabra. Así que ella cuida de nosotros, nos alimenta por medio de la Palabra y los sacramentos. Ora por nosotros, llora con nosotros. Está pendiente de nosotros. Y ella espera pacientemente que la honren que la amen. Ella se goza que la visten con regularidad. Pero ella tiene necesidades también. Su techo tiene necesidad de mantenimiento porque se filtra el agua. Sus puertas tienen necesidad de reparación como la puerta del salón de los niños. Ella no pide mucho, sino que la amen. Es sufrida y espera pacientemente. Ella no quiere butacas de último modelo, pero quiere tener asientos decentes para que sus hijos se sienten allí. Ella necesita que le barran la casa porque ella sola no puede. A veces necesita que la lleven al médico, que le hagan compañía, que la visten, que sirvan la comida porque sus manos son débiles y son muchos los hijos. Podríamos pensar que hemos cumplido nuestro debe con nuestra madre al visitarla de vez de en cuando, ayudarla económicamente alguna que otra vez. Eso sería invalidar el mandamiento de Dios por medio de tradiciones humanas.

            Pero ella anhela su presencia. Ella anhela ver que sus hijos se amen, se busquen, se cuiden, se ayuden unos a otros, crezcan y maduren y sigan las enseñanzas que su madre con amor, aunque imperfectamente, les imparte.

            Siempre hay hijos e hijas que están pendientes de la madre. Ella sabe que puede contar con ellos en todo momento. Pero ella desea ver que todos sus hijos la amen igualmente, porque ella es igualmente madre de todos ellos. Y le gustaría que no solo pensaran que mi madre me va a dar sino también que yo voy a darle a mi madre. ¿Qué pide ella? Ella no pide nada. Y si pidiera algo pediría: que os améis unos a otros como Cristo los ha amado y dio su vida en la Cruz para salvarla (Juan 15:12). Amén.