Santiago 4:1-3 “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? 2 Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. 3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.”
Regresamos a la serie de sermones acerca de la epístola de Santiago. Y para refrescarnos la memoria de lo último que Santiago nos estaba enseñando es importante que leamos los versículos 14-17 del capítulo 3 que dice: “Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.” Santiago contrasta la sabiduría del mundo de la sabiduría que proviene de Dios. La sabiduría del mundo, o la forma de vida que caracteriza al mundo, es de celos amargos, contención, vanagloria, mentiras. Tal forma de vida o filosofía de vida no proviene de Dios sino del mundo, de los deseos carnales y del mismo Satanás. En cambio, la sabiduría que desciende de lo alto, que proviene de Dios mismo se caracteriza por pureza o santidad, es pacífica, amable, benigna, llena de misericordia, de buenos frutos, es sincera y es estable.
Si nos damos cuenta, ambas formas de vida son diametralmente opuestas. Dios nos salvó de esa forma de vida terrenal, y nos trasladó al reino de su amado Hijo Jesucristo. Y esa vida de santidad a la cual Dios nos ha llamado, esa forma de vida que debe caracterizar a un hijo de Dios no es otra cosa que Jesús mismo siendo formado en nosotros. El evangelio no solo es lo que Dios hace por nosotros sino también lo que Dios hace en nosotros. Hemos sido predestinados para ser hechos conforme a la imagen de Jesús. Y es esa imagen la que Dios Espíritu Santo busca crear o recrear en nuestras vidas.
Esto nos debe llevar a evaluar nuestras vidas y ver si la obra de gracia se da en nosotros. Es imposible tener el Espíritu Santo morando en nuestras vidas sin que Él nos cambie, sin que nos cambie a la imagen del Señor Jesús. Y una de las obras que Dios hace en nuestras vidas es hacernos mansos y humildes como lo es El.
En nuestro pasaje Santiago nos enseña que la iglesia a la cual él le escribe tenía serios problemas. La conducta de muchos reflejaba la “sabiduría” del mundo. Su filosofía de la vida era errónea. ¿Cuál era la razón? Su corazón se había desviado de Dios y la vida eterna y habían puesto su felicidad en los placeres del mundo.
La iglesia vive en medio de la tensión: vivimos en el mundo, pero no somos del mundo. Todas las cosas del mundo son nuestras, pero yo no me dejaré esclavizar de ellas.
En medio de esa tensión la iglesia puede caer presa de las cosas hermosas que hay en el mundo. Podría caer presa y esclava de los placeres del mundo. Eso es lo que estaba sucediendo a esta iglesia. Su felicidad la estaban poniendo aquí y no en el reino de los cielos. Y esto los llevó a amar los placeres del mundo más que a Dios. Esto no es inofensivo, porque nos lleva a vivir de una manera opuesta a la voluntad de Dios. Todos estamos expuestos a estas tentaciones. ¿Cómo podemos saber si hemos caído en los lazos del amor a los placeres del mundo? Santiago nos dice por lo que nos lleva a hacer.
El amor a los placeres del mundo, nos dice Santiago, nos lleva, en primer lugar:
I. A luchar entre nosotros
V. 1a “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?” ¿Qué es lo que estaba sucediendo en la iglesia? Santiago nos dice que hay guerras y pleitos entre ellos. Se estaban comiendo por los rabos, como decimos aquí. Y lo llama guerras, que significa conflicto armado, para indicar la seriedad del mismo y posiblemente la agresividad del mismo. No es que había malos entendidos. No era que había diferencias de opiniones entre ellos. Había guerra entre ellos: peleas, pleitos, principalmente de tipo verbal: insultos, humillaciones, vejaciones, etc.
La Biblia nos enseña que esas luchas revelan el corazón de las personas. Y nos enseña quiénes realmente son del pueblo de Dios. Nos dice Pablo en 1 Corintios 11:19 “Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados.” Por medio de esto Dios nos enseña quiénes son realmente el pueblo de Dios. Sobre quiénes la gracia de Dios se ha manifestado y quiénes son realmente convertidos al Señor.
¿Cuál era la causa de ello? Nos dice Santiago en forma de pregunta. V. 1b “¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” La causa o el origen de sus peleas Santiago lo atribuye a las pasiones. La palabra pasiones en griego es la palabra “ἡδονή” que significa placeres, deseos. Y aunque la palabra deseos en sí misma no es una mala palabra, la palabra “ἡδονή” siempre es usada de forma negativa en la Biblia. De esta palabra “ἡδονή” proviene nuestra palabra en español hedonismo. ¿Y qué es el hedonismo? “El hedonismo postula el placer como fin y fundamento de la vida”. Esa era la causa detrás de las luchas que había en la iglesia.
¿Cuál era la causa? El amor a los placeres. El poner nuestra felicidad en las cosas del mundo. El poner la mirada más en la tierra que en los cielos, más en el tiempo que en la eternidad, más en los hombres que en Dios, más en la carne que en el Espíritu. Y cuando eso es lo que domina el corazón inevitablemente producirá tal conducta.
Se manifestará nos dice Santiago en el versículo 2a “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar”. Cuando el corazón busca la felicidad en las cosas del mundo: la ropa, los celulares, los trabajos, los deportes, etc. tal inclinación del corazón los lleva a codiciar y envidiar a los demás. Y no solo eso. Santiago nos dice que nos lleva en segundo lugar…
II. A depender solo de nosotros
V. 2b “combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís”. Cuando el amor a los placeres o las cosas del mundo no es mortificado por el Espíritu eso les llevará a no solo a codiciar y tener envidia de los demás, sino que los lleva a pensar que lo que tienen que hacer para lograr las cosas lo pueden hacer ellos mismos. Ese deseo es fuerte y ardiente y les lleva a desear todo. Es algo insaciable. A Rockefeller le preguntaron una vez se estaba satisfecho con todo el dinero que había logrado y su respuesta fue: con un poquito más.
Y los lleva a pensar que las cosas de la vida solo se adquieren por el esfuerzo humano. Yo no necesito de Dios solo tengo que hacer aquí y allá y lograré lo que quiero. Los lleva a ser auto-suficiente. No tienen que depender de Dios. Si yo me fajo mucho y hago todas las cosas que tengo que hacer: soy diligente, pongo todo mi esfuerzo y tengo un solo propósito, lograré todo lo que me propongo. Nada ni nadie va a impedir que lo logre. “Para poder tener ese celular solo tengo que dejar de almorzar por varios días y semanas y tendré suficiente dinero para comprarlo. Es que es tan lindo y seré la envidia de todos”.
Santiago les dice: ustedes desean muchas cosas, pero ninguna de ellas les llega. ¿Por qué? Porque ustedes dependen únicamente de ustedes mismos. “No tenéis lo que deseáis, ¿Por qué? porque no pedís”. En última instancia las cosas no están en nuestras manos. Todas las cosas están bajo el control de Dios. Así lo dijo Ana la madre del profeta Samuel. En 1 Samuel 2:6-8 “Jehová mata, y él da vida; El hace descender al Seol, y hace subir. 7 Jehová empobrece, y él enriquece; Abate, y enaltece. 8 El levanta del polvo al pobre, Y del muladar exalta al menesteroso, Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de Jehová son las columnas de la tierra, Y él afirmó sobre ellas el mundo.” La riqueza y la pobreza están en las manos de Dios. Por eso dice el Salmo 104:13-15 “El riega los montes desde sus aposentos; Del fruto de sus obras se sacia la tierra. 14 El hace producir el heno para las bestias, Y la hierba para el servicio del hombre, Sacando el pan de la tierra, 15 Y el vino que alegra el corazón del hombre, El aceite que hace brillar el rostro, Y el pan que sustenta la vida del hombre.” Santiago les dice: si necesitan algo, ¿qué deben hacer? Una de las primeras cosas que deben hacer es pedirla a Dios. “No tenéis lo que deseáis, ¿Por qué? porque no pedís”. Aprendan a depender totalmente de Dios porque El cuida de ti. El conoce tus necesidades y Él es capaz de saciarlas. Fue Jesús mismo quien dijo en Mateo 7:7-8 “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”
Pero si nuestro amor son los placeres del mundo, esto nos llevará, en tercer lugar…
III. A buscar solo los bienes de Dios
V. 3 “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.” No solo no pedían a Dios por sus necesidades, sino que cuando pedían a Dios pedían mal. ¿Cuál era la causa? Porque pedían para gastar en los deleites. Hermanos, hay necesidades reales, y hay necesidades creadas. Hay cosas que podemos necesitar, pero hay cosas que nos empeñamos en tenerlas porque los demás lo tienen. No es lo mismo necesitar un teléfono celular que necesitar un celular inteligente. Uno de ello puede ser una necesidad genuina, el otro una necesidad creada. No es lo mismo necesitar uno tenis que necesitar los tenis marca Lebron James que cuestan $200. Tampoco el hecho de que tenemos el dinero necesariamente justifica el que lo compremos. Un joven puede decir: pero papi yo tengo el dinero para comprarlos. Y puede que sea cierto. ¿Pero necesariamente es eso suficiente para justificar el comprarlos? ¿Realmente los vale? ¿No hay otras necesidades más importantes? Tal vez en vez de gastar los $200 en los tenis marca Lebron James pudiera comprarse unos más baratos, que sean buenos, y con ello una muda de ropa o cualquier otra cosa.
Cuando nuestro corazón está puesto en los placeres inevitablemente nos lleva a buscar más los bienes de Dios que a Dios mismo. Ellos no estaban orando como debían. Y cuando oraban, oraban mal. Dios ha dicho: esa oración no será contestada. “Pedís, y no recibís,”. Hermanos, nuestras intenciones pueden estorban nuestras oraciones. Nuestras oraciones tienen que tener un motivo correcto. Fue Jesús quien dijo en Juan 14:13-14 “13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.” Cuando oramos a Dios no solo debemos creer que Dios escucha nuestras oraciones y que Él contesta las mismas. Eso no es suficiente. Debemos orar pidiendo que esa petición santifique el nombre de Dios, adelante la causa de su reino y que esté en armonía con la voluntad de Dios. Si estas cosas están presentes cuando oramos Dios prosperará nuestra petición.
¿Cuál es el peligro de todo esto? El peligro es que si ponemos nuestro corazón en los placeres del mundo éste nos destruirá. Muchos se han apartado de la fe por los afanes y placeres del mundo. Jesús nos advierte en Lucas 8:14 hablando de la parábola del sembrador: “La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto.”
¿Cómo podemos vencer esto? Depender de la gracia de Cristo. Jesús murió para salvar nuestro corazón de estar apegado a este mundo. Nos dice Pablo en Gálatas 1:4 “el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre,”. Oremos que Dios nos preserve de poner nuestro corazón en las cosas del mundo. Tenemos que estar alerta ya que muchas veces nuestro corazón se desliza en esa dirección. Y por el Espíritu pongamos freno a tal mentalidad. Pongamos nuestra mirada en Jesús. Para El su comida y bebida era hacer la voluntad de Dios. Servir a Dios y estar involucrado en los negocios de su Padre era su pasión. El disfrutó de las cosas de la vida. Se le acusó de comelón y bebedor de vino. Él no fue abstemio. Pero Él sabía que todas esas cosas eran para refrescar su cuerpo y su espíritu para poder servir mejor a Dios.
Somos peregrinos y extranjeros en este mundo. Vamos camino a la ciudad celestial. Orémosle a Dios pidiéndole que nos ayude a usar de las cosas de este mundo con la moderación y el balance que debe caracterizar a los que reconocemos que vamos camino a nuestro hogar.
Que nos enseña la Palabra de Dios en todo esto. Nos enseña que debemos cuidar nuestro corazón. Todas las cosas son nuestras y para nuestro disfrute, pero no debemos dejar que ellas capturen nuestro corazón. Porque si lo hacen producirá lucha y pelea dondequiera que estemos: sea en la iglesia, en la familia, en el trabajo. Nos llevará a no buscar las cosas de la fuente misma quien es Dios. Y también a que nuestras oraciones no sean contestadas. Cuidémonos de tales engaños.