Posiblemente se haya preguntado alguna vez
¿por qué somos ortodoxos?
Transcurría la segunda década del siglo pasado. El liberalismo teológico de Europa se había diseminado dentro de la Iglesia Presbiteriana en los Estados Unidos de Norteamérica. Doctrinas claves del cristianismo histórico habían sido negadas, y no tenían que ser suscritas para la ordenación de sus ministros. Una de ellas, el nacimiento virginal de nuestro Señor Jesucristo. Harry Emerson Fosdick, un desvergonzado liberal había predicado un desafiante sermón, titulado: ¿Ganarán los fundamentalistas? En él, Fosdick afirmaba que no era relevante para la fe la creencia en el nacimiento virginal de Cristo como un hecho histórico.
Ante este escenario de incredulidad emergió la figura de John Gresham Machen, un profesor del Seminario Princeton, dispuesto a dar la batalla “por la fe que de una vez por todas le fue dada a los santos”. Machen se convirtió en la voz principal de los presbiterianos conservadores, defendiendo la confiabilidad en la historicidad de la Biblia, en sus libros El Origen de la Religión de Pablo y El Nacimiento Virginal de Cristo. Además, hizo críticas devastadoras al modernismo protestante enotros de sus más conocidos libros: Cristianismo y Liberalismo y ¿Qué es la Fe? Finalmente, el Seminario Princeton y el presbiterianismo perdieron a un adalid en la lucha contra la decadencia teológica y espiritual de su época, pero con él nació el nuevo Seminario Westminster en 1929 y una nueva denominación, La Iglesia Presbiteriana Ortodoxa, en 1936.
La palabra “ortodoxa” viene del griego “orto” que significa “recto”, y de “doxa” que significa “enseñanza o doctrina”. Así como el “ortodoncista” se ocupa de que sus dientes estén bien alineados o derechos, en la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa nos ocupamos en predicar, enseñar y defender la recta enseñanza de la Biblia, de acuerdo a la doctrina de los apóstoles del Nuevo Testamento, y a su exposición por el cristianismo histórico.
Y, por supuesto, creemos fielmente, en la historicidad e importancia crucial del nacimiento virginal de Cristo para nuestra fe y salvación. Y no nos escondemos, amedrentamos, ni avergonzamos de predicar el evangelio como es, guste o noguste, porque es poder de Dios para salvación. Y Dios se ha propuesto salvar al mundo por su predicación, que podrá ser locura para los incrédulos, pero sabiduría de Dios para los que creen.