Mateo 5:31-32 “También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. 32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.”
Hemos visto hasta ahora que en el pasaje de Mateo 5:31-32 Jesús trata de 3 cosas. Trata indirectamente acerca del matrimonio; trata del divorcio y trata del nuevo matrimonio. Señalamos la vez pasada que el énfasis del pasaje no es el divorcio. El énfasis de Jesús es sobre el matrimonio. ¿Cómo lo sabemos? Lo sabemos porque todo lo que Jesús dice aquí es un disuasivo al divorcio. Jesús desea dejarnos claro que bajo su reino sus discípulos no pueden tener una actitud de menosprecio al matrimonio. Si no todo lo contrario. Ellos y nosotros debemos ver el matrimonio como una de las bendiciones más importantes que Dios ha dado a la humanidad. ¿Por qué? Dijimos: por que ha sido instituido por Dios y no los hombres. Porque revela la íntima relación que hay entre Dios y su pueblo. Y porque ha sido instituido para toda la vida.
Pero aunque todo eso es cierto a la luz de las Escrituras que son la misma Palabra de Dios escrita, hay una realidad. Hay un elemento importante en toda esta ecuación: el pecado. El pecado procura destruir todo lo que es bueno, bello y verdadero. Y aunque el matrimonio es una de las bendiciones más hermosas que Dios ha dado a la humanidad, el pecado puede llevar a que ese matrimonio se destruya. De aquí que Jesús tome tiempo en más de una ocasión para tocar el tema del divorcio. Pero lo toca con miras a disuadir a sus discípulos de considerarlo como poca cosa como era la costumbre de la época. Nosotros también, hermanos, como seguidores de Jesús debemos tener una doctrina bíblica del divorcio. ¿Qué nos enseña Jesús acerca del mismo?
I. La realidad del Divorcio
V. 31 “También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio.” Detrás de esta oración están las disposiciones de Deuteronomio 24:1-4. La Biblia reconoce la realidad del divorcio. Reconoce la triste realidad que hay esposos que se divorcian. Y el pasaje de Deuteronomio que está detrás de esa oración nos enseña varias cosas importantes:
1. A diferencia del matrimonio, el divorcio no es instituido por Dios. Dios instituyó el matrimonio en el jardín del Edén antes de la caída del hombre en pecado. Indicando que es bueno y no es pecaminoso. Pero es el hombre quien instituye el divorcio cuando procura separar lo que Dios ha unido.
2. Aunque Dios no instituyó el divorcio El proveyó en el AT una ley que protegiera a las mujeres de los abusos de los hombres. Esa es la ley de Deuteronomio 24:1-4. El propósito de esa ley era proteger a la mujer cuando era repudiada por su esposo por cualquier cosa que no sea adulterio. Ella recibía una carta de divorcio. Su esposo se la tenía que poner en su mano personalmente. Y luego la podía despedir de su casa. ¿Por qué ese proceso de tres partes? Con miras a que el esposo no actuara a la ligera.
3. La ley de Deuteronomio 24:1-4 procuraba también disuadir al esposo de tal práctica. ¿Cómo? Al decirle que si se divorcia de ella dándole la carta de divorcio y ella se casa con otro y este otro la repudia también o muere, la has perdido para siempre. No la puedes recibir luego que ha sido envilecida por su segundo esposo.
¿Por qué existe el divorcio? Por la dureza del corazón del hombre. La causa del divorcio lo es el pecado. El pecado que está presente en todos los seres humanos por causa de la Caída de Adán y Eva.
Hermanos, es cierto que el divorcio es una realidad no solo en el mundo, entre los inconversos, sino también en la iglesia de Cristo. Jesús nos dice que nosotros tenemos que pensar y vivir de otra manera. Nuestra vida debe ser vivida de tal manera que el matrimonio sea honrado, como dice el autor de Hebreos en Hebreos 13:4 “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla;” La tentación está a la vuelta de la esquina. El pecado está presente en todos nosotros. Y nosotros como seguidores de Jesús tenemos que trabajar con nuestro carácter y nuestros pecados y nuestras malas actitudes que muchas veces destruyen el matrimonio. La gracia de Dios está en ti. El Espíritu Santo obra en tu vida. Y Dios nos revela en su Palabra lo que hay que hacer con el pecado en nosotros: hacerlo morir por el Espíritu. Y Dios nos ha dado los recursos de los ancianos, los hermanos maduros y sobre todo: la palabra de Dios y la oración para poder buscar la dirección y fuerza para lidiar con todos los problemas que se avecinan en el matrimonio. Hay recursos para que estos no terminen en divorcio.
Busca ayuda a tiempo. No tengas temor. Y nosotros debemos ser una iglesia que no se ponga a juzgar y decir: y eso que es un líder y eso que era un matrimonio ejemplar. Tenemos que ser una iglesia que nos veamos como una familia que se ayuda. Que ayudamos a aquel que tiene problemas. Y en vez de condenar la situación buscar como reparar el mismo. Y no pensar que eso no nos puede pasar a nosotros. Pablo dijo: el que sea estar firme mire que no caiga.
Pero hay algo más. Jesús no solo reconoce la realidad del divorcio sino que nos enseña la única causal del mismo.
II. La única causal del divorcio
V. 32 “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere”. ¿De qué habla Jesús? Jesús está procurando corregir la mentalidad y la práctica de la época. ¿Cuál es esa mentalidad y práctica? La mentalidad y la práctica de repudiar o divorciarse por cualquier causa.
En esa época habían dos escuelas de pensamiento rabino con respecto a este tema. La escuela de Shammai decía que la única causa para divorciarse de una esposa era por la causal del adulterio. Pero la escuela de Hillel, aparentemente la más aceptada, postulaba que un esposo se podía divorciar de su esposa por cualquier causa. ¿Cuáles? El decía: incluso porque ella quemara la comida o si encontrara a una mujer que le gustara más que su esposa. Si esto es algo parecido a la realidad que vivimos hoy no es pura casualidad.
Interesantemente los apóstoles tenían esa misma mentalidad. Hablando sobre este mismo tema, aunque Jesús lo amplía un poco, Jesús nos dice en Mateo 19:9-10 “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera. 10 Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.” Y yo digo qué espécimen de seres humanos. Terrible.
Pero qué Jesús nos dice aquí. Nos dice que nosotros quienes somos hijos del reino por el poder omnipotente de la gracia de Dios no podemos pensar así. El matrimonio es algo serio; es para toda la vida. Y la única causal que podía disolver el pacto de compañerismo lo es la fornicación o pecado sexual. ¿Por qué digo podría? Porque Jesús no ordena el divorcio aún en ese caso.
Explico con un ejemplo legal. Cuando una persona incumple un contrato, la parte perjudicada tiene mínimo dos opciones: exigir el cumplimiento del contrato o anular el mismo. De la misma manera lo es aquí. Uno de los cónyuges ha cometido el pecado sexual; le ha sido infiel a su cónyuge. Jesús nos dice: esa es la única causal para divorciarse entre los creyentes. Y aún así no es mandatorio el divorcio. El pasaje no lo enseña. Jesús nunca lo enseña. ¿Significa que esa es la única causal según la Biblia? No. Esa no es la única causal según la Biblia. Pero es la única causal que Jesús da al pueblo de Dios. Pablo da una segunda causal. La cual Jesús no toca aquí.
¿Por qué Jesús no toca todas las causales? Porque ese no es su énfasis. Su énfasis es disuadir del divorcio. Y decirnos que a diferencia del mundo la única causal de divorcio entre el pueblo de Dios lo es el pecado sexual, la fornicación que da paso el adulterio. Esa es su enseñanza y eso es lo que debemos creer.
Pero hay algo más. Jesús no solo procura disuadirnos de considerar el divorcio por cualquier causa como hace el mundo sino que les da una segunda razón. ¿Cuál es esa segunda razón?
III. La segunda razón disuasiva
Veamos nuevamente el V. 32 “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere”. ¿Quién hace que ella adultere? El esposo que la repudió por cualquier otra causa que no sea por causa del pecado sexual. Tú hombre que repudias a tu esposa por cualquier cosa que no sea fornicación haces que ella adultere. Eres tú culpable de ese pecado. Por actuar así haces que ella adultere. ¿Cuándo ocurriría eso? Cuando ella decide casarse con otro hombre.
¿Por qué es esto así? Hermanos, el divorcio de cualquier tipo que sea: sea un divorcio bíblico o no sea un divorcio bíblico, rompe el vínculo matrimonial entre los cónyuges. Todo divorcio rompe realmente: delante de Dios y delante de los hombres la unión matrimonial. Pero aunque esto es así su responsabilidad ante Dios no se rompe. ¿Por qué? Porque ellos debieron estar casados. Aunque el divorcio ha roto la unión matrimonial entre ellos, el mismo no ha roto su responsabilidad hacia Dios. Al ella o él casarse de nuevo por una causal no bíblica incurren en adulterio, que no es otra cosa que traer a un tercero o una tercera en lo que debía ser una relación entre dos.
Por eso Jesús nos dice cuidado con actuar a la ligera. Valora el matrimonio. Este es para toda la vida. Y no debe ser roto por cualquier razón. Tiene que haber una razón de peso. ¿Cuál? Que uno de los cónyuges haya cometido un pecado sexual. Y que luego de cometido no pueda ser salvado. ¿Por quién o quiénes? O por el cónyuge que no quiere arrepentirse. O por el que aunque perdone entiende que la rotura es irreparable.
Hermanos, todo divorcio es por causa del pecado. Pero no todo divorcio es pecaminoso. Y ninguno de ellos: sea un divorcio bíblico o no bíblico es el pecado imperdonable. Dios no condena el divorcio per se. ¿Cómo lo sabemos? Porque Dios mismo se divorció de Israel por su pecado (Jeremías 3:8). Pero El condena lo que lleva al divorcio: el pecado.
Hay vida después del divorcio. La gracia de Dios es suficiente para consolarte y fortalecerte. De la misma manera que hay gracia suficiente en Cristo Jesús para curarte de todo pecado que te lleve al divorcio. Aquel que lo instituyó desea que permanezcas en él. Su gracia te da la fuerza para superar los conflictos en el matrimonio. ¿Cómo así? Porque Cristo ama a la iglesia. Él ha sido fiel a su pacto con nosotros de amarnos, protegernos, proveer para nosotros, estar siempre con nosotros y sobre todo seguir amándonos y perdonándonos aunque nosotros le hemos fallado mil veces. El sabe lo que es amar a un cónyuge. El ama a la iglesia y te ama a ti que eres parte de la iglesia si eres creyente genuino. Busca de El la gracia del cónyuge perfecto para tu vida matrimonial.