Mateo 6:12, “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
Estamos estudiando el Sermón del Monte y dentro del Sermón de la Montaña estamos estudiando el Padre nuestro. El domingo pasado vimos que al pedir por el pan de cada día Jesús nos quiere enseñar que a Dios le importa absolutamente todo lo que nos pasa en la vida. No hay aspecto de nuestra vida que a Dios no le importe. No hay cosa en nuestra vida que por más pequeña que sea Dios diga: “ah, ahora viene de nuevo con lo mismo, viene de nuevo con estas tonterías”. No. Jamás eso pasa por el pensamiento de Dios. No hay nada que por más pequeño que sea no le interese a Dios. Jesús nos dice que aún nuestros cabellos están todo contados, Mateo 10:30. Por tanto es en Dios que debemos buscar todas las cosas que necesitamos en la vida. Tenemos que reconocer que dependemos absolutamente de Dios para todo.
Ahora entramos a la quinta petición. Y lo primero que deseo que vean es que la conjunción “y” conecta la quinta petición con la cuarta. Y esto es importante. Jamás podremos disfrutar verdaderamente de las bendiciones materiales de Dios si no estamos reconciliados con Él. El no creyente recibe muchas cosas buenas de parte de Dios, pero realmente no las disfruta. Es como el reo que va a sufrir la pena capital y se le da su última comida, lo que él desee comer, la mejor comida y la más que le guste. Esa comida jamás la podrá disfrutar realmente sabiendo que es la puerta de entrada a su ejecución. De igual manera el no creyente. Cada comida que recibe de parte de Dios, de un Dios a quién él odia, menosprecia y no ama, se convierte en la comida de la cabra antes del matadero. Por eso nos enseña la Biblia que solo disfrutamos las bendiciones de Dios cuando nos hemos reconciliado con Dios.
Ahora bien, qué nos desea enseñar Jesús con respecto a esta quinta petición. Nos quiere enseñar en primer lugar que aunque somos salvos aún somos pecadores.
I. Aunque salvos aún somos pecadores
Eso es lo primero que Jesús desea que aprendamos.
Hermanos hay dos maneras de acercarnos a Dios. Y ambas son importante que las distingamos. Una es la de acercarnos a Dios como criminales. Todos los que no son creyentes son criminales delante de Dios. Han transgredido la ley de Dios. Han violado sus mandamientos y viven vidas separadas de Dios. No se han reconciliados con Dios. Y la única manera de acercarse a Dios es reconocer que son criminales. Es reconocer que merecen la ira de Dios en el infierno. No importa si son miembros de la iglesia, no importa si gozan de una buena reputación en su familia, en la comunidad, en la sociedad o en la iglesia. Si no son genuinos creyentes son criminales delante de Dios. Y la única manera de acercarse a Dios es reconocer que esa es su condición y con dolor y odio por sus pecados y por su vida separada de Dios, deben acercarse a Dios con un genuino arrepentimiento de todos sus pecados y creer en el evangelio.
Pero hay otra manera de acercarse a Dios. Nosotros quienes hemos creído en el evangelio por la gracia de Dios. Nosotros a quienes Dios ha convertido debemos acercarnos a Dios no como criminales que han transgredido sus mandamientos sino como hijos que hemos ofendido a nuestro Padre celestial. Es de esa persona que Jesús habla en la oración del Padre nuestro.
Por tanto Jesús nos quiere recordar que al pedir perdón reconozcamos que aún somos pecadores. O más específicamente según Mateo que somos deudores. ¿Qué significa que tenemos deudas? El pasaje paralelo en Lucas 11:4 “Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben.” Nuestros pecados son deudas para con Dios. Y Jesús nos dice que tenemos deudas en plural. Y por tanto somos expuestos al castigo por esa deuda. No solo somos deudores sino también ofensores, V. 14-15. La palabra ofensa significa transgredir, traspasar los límites. ¿Cuáles límites? Los límites de la Palabra de Dios, de la voluntad de Dios, de nuestros deberes para con Dios y su ley.
Hermanos y amigos, cada vez que pecamos inquirimos en una deuda para con Dios. Si mentimos tenemos una deuda con Dios de hablar la verdad. Si miramos pornografía tenemos una deuda con Dios de mantener una pureza sexual en nuestra mente, corazón y conducta. Si codiciamos el hombre o la mujer ajena tenemos una deuda con Dios de mantener una pureza sexual si no también de tener contentamiento. Si desobedecemos a nuestros padres tenemos una deuda con Dios de honrarles y de obedecerlos en todo. Si somos ásperos con nuestras esposas y nuestras esposas no son sumisas tenemos una deuda con Dios de tratar a nuestras esposas como vaso más frágil y de honrar y respetar a nuestros esposos.
Jesús desea que tengamos presentes que aunque salvos todavía somos pecadores y a diario incurrimos en deudas, plural, para con Dios.
Pero hay una segunda cosa que Jesús desea que aprendamos.
II. Necesitamos perdón todos los días
Hermanos y amigos, todos los días pecamos contra Dios. No hay un día en el cual nosotros no pequemos contra Dios, ofendamos a Dios e incurramos así en su desagrado paternal. El apóstol Juan nos dice en 1 Juan 1:8 “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.”
Pero alguien preguntará. Pero no se nos ha enseñado aquí que al convertirnos Dios nos justifica, es decir, perdona todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Y si han sido perdonados por qué debemos pedir perdón. Excelente pregunta. ¿Cuál es la contestación a la misma?
La contestación es que hay algo de verdad en esta aseveración. Una vez somos convertidos y por la fe estamos unidos a Cristo todos nuestros pecados han sido transferidos a Él, a su cuenta, y toda su justicia, sus méritos son transferidos a nosotros, a nuestra cuenta, en el tribunal de Dios y en base a los méritos de Cristo somos justificados. Esa justificación es instantánea y completa. Todos nuestros pecados: pasados presentes y futuros han sido perdonados. Por eso Pablo dice en Romanos 8:1 “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Ninguna condenación ahora ni nunca vendrá a los que están en Cristo Jesús por medio de una fe salvífica. Y Pablo menciona nuevamente en Romanos 8:33-34 “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” Pero aunque esto es cierto, todo pecado en sí mismo, por ser contrario a la ley de Dios y al carácter de Dios, merece la ira Dios. Y en los hijos de Dios trae el desagrado paternal de Dios. La comunión con Dios se afecta. Incurrimos en la disciplina paternal sobre nosotros. De aquí que somos llamados a confesar nuestros pecados ante nuestro Padre celestial que hemos ofendido y así restaurar nuestra comunión con Dios, la cual no se restaura hasta tanto haya arrepentimiento y confesión. 1 Juan 2:1 “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.”
Por eso hay muchos cristianos que viven vidas miserables, deprimidas porque no se examinan diariamente acerca de sus pecados cometido en el día y no se acercan a Dios con arrepentimiento como deben.
Pero Jesús nos dice: ve a Dios, confiesa tus pecados, acércate a Él. Hazlo diariamente.
En tercer lugar, Jesús desea que aprendamos que…
III. Jamás podremos por nosotros mismos pagar la deuda
Jesús nos dice que cuando oremos por perdón vayamos solo Dios porque solo Él puede perdonar nuestras deudas. Es a Él a quien hemos ofendido. Nuestra deuda es con Él. Y es de El que buscamos perdón.
Tú y yo necesitamos perdón. La palabra perdón significa remitir, cancelar, alejar la deuda. Pero esa deuda no se extingue por sí mismo. Esa deuda debe ser pagada para que pueda extinguirse el reclamo a pagar la deuda. Si alguien le debe $50 dólares a otra persona. ¿Tiene el acreedor derecho en justicia a pedir que se le pague la deuda? Claro que sí. ¿Es injusto el acreedor al pedirle y exigirle en justicia que le pague? Claro que no. Supongamos que el deudor no puede pagar la deuda. ¿La justicia le exime de pagarla? No. Su derecho de pagar la deuda persiste ya que la deuda y su obligación no se han extinguido. Pero si el acreedor le dice: olvídate no me pagues nada. ¿se extingue la responsabilidad de pagar? Sí. ¿Se pagó la deuda? No. La deuda no se pagó. El acreedor asumió la pérdida, pero la deuda no fue pagada. En este caso la justicia se quedó coja, fue derrotada aunque triunfó la misericordia. El acreedor tenía el derecho en justicia de exigir el pago de la deuda, pero optó por no hacerlo. El daño persiste. El pago en justicia no fue satisfecho. La justicia fue quebrada aunque la misericordia fue exaltada.
Pero la justicia y la misericordia son importantes. Ambos merecen honra porque ambos residen en Dios de una manera perfecta. Uno no es más importante que el otro. No podemos decir que la misericordia es más importante que la justicia ni que la justicia es más importante que la misericordia. Ambos son importantes porque ambos residen perfecta y armoniosamente en el Ser de Dios.
De aquí que Dios en el evangelio buscó como honrar tanto la justicia como la misericordia. Dios proveyó para exaltar la justicia y la misericordia en el plan de salvación. Ambas virtudes son exaltadas, ambas son honradas, ambas triunfan en la salvación.
¿Cómo Dios lo hace? Lo hace al satisfacer la justicia cuando la deuda de nuestros pecados ha sido saldada y así la justicia de Dios satisfecha. Dios proveyó en Jesús, en su vida de perfecta obediencia y en el sacrificio perfecto en la cruz el pago de nuestra deuda y la satisfacción de la justicia. Y su misericordia triunfa al Dios proveer libremente el fiador que satisface nuestras deudas y no exigir de nosotros el pago de una deuda que no podemos pagar. Dándonos libre remisión de nuestras deudas, ofensas y pecados por Cristo Jesús.
¿Qué queremos decir con todo esto? Queremos decir que no hay nada que puedas hacer para pagar tu deuda. Nos acercamos a Dios para pedirle perdón pero no para pagar nuestra deuda. No nos acercamos a Dios con promesas de obediencia para que en base a eso Dios nos perdone. “Señor yo te prometo que de ahora en adelante voy a ser obediente, no voy a faltar al culto, voy a llevar la Biblia todos los días, voy a hacerle bien a mi prójimo, voy a negarme a mí mismo. Lo voy a hacer para que me perdones”. ¿Qué Dios nos dice? No. No hay nada que puedas hacer para merecer mi perdón. Ni la base de nuestro perdón descansa en los méritos de nuestro arrepentimiento. La base de nuestro perdón descansa en los méritos de Cristo y en la misericordia de Dios.
Por eso Jesús nos dice: ve al Padre, pídele perdón por tus deudas. Confiesa tus pecados a El con sinceridad. Tráele a El un corazón contrito y humillado por tal corazón El jamás rechazará. ¿Por qué? Porque Dios es un Dios de perdón.
Dice el Salmo 130:3-4 “JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Dice el salmista si Jehová mirare nuestros pecados quién podrá mantenerse, quién podrá declararse inocente, quién se podrá declarar libre de pecado, quién podrá estar de pie ante el juicio de Dios y no ser destruido por su pecado. La contestación a esta pregunta es: nadie. Delante del Dios tres veces santo nadie podrá por sí mismo declararse inocente. Ahora escucha la palabra de su gracia en el versículo 4. 4 Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado.” En Jehová hay perdón, es decir, Jehová es un Dios de perdón. Él se goza en perdonar. Y ese perdón produce en nosotros reverencia ante El o temor de ofenderle. Pero es el temor de un hijo que está lleno de amor por su Padre porque sabe lo maravilloso que El es, lo paciente, y lleno de misericordia y d perdón, y por tanto busca no pecar por amor a su Padre.
Jesús nos dice: así debes acercarte a tu Padre celestial para pedir perdón por tus deudas que incurres a diario. Y te pregunto a ti. ¿Es así como te acercas a Dios? Si eres creyente Jesús te dice: acércate a tu Padre celestial para pedir perdón por tus deudas. Has herido, has ofendido a tu Padre. Tu comunión con El se ha afectado. No hay paz en tu vida mientras no los confieses y te apartes. Pero El te dice: sigues siendo mi hijo. No he dejado de amarte, pero me has ofendido. Ven a mí para que halles descanso para tu alma.
Y si no eres creyente, la única manera de acercarte a Dios es reconocer que eres un criminal ante Dios. Que Dios está airado contigo por tus pecados. Que jamás podrás pagar tus deudas para con Dios. Nada de lo que hagas podrá merecer su perdón. Solo tienes una solución: lánzate a sus brazos. Clama por su misericordia. Arrepiéntete de tus pecados y cree el evangelio. Recibe a Cristo como tu Profeta, Sacerdote y Rey. Y descansa en su obra de salvación.