A ti, oh Jehová, levantaré mi alma.
Dios mío, en ti confío
-Salmos 25:1-2
Existe una diferencia fundamental entre la persona que confía en Dios y la que no. Es la diferencia que existe entre el objeto de nuestra adoración. Cuando estoy refiriéndome a objeto, me refiero al destino de nuestra adoración. Quién o que la recibe. Todos somos adoradores por naturaleza. Adoramos a algo o alguien. Lo “elevamos.” Le tenemos importancia, lo damos por máximo. El objeto de nuestra adoración es la razón por lo cual nuestra alma se eleva.
Si bien la Palabra no tiene duda de la existencia del alma, ni tampoco de su subsistencia (Jer 31:25). El Dios de todas las almas (Ez.18:4) nos lleva a pensar; ¿Esta nuestra alma elevándose a la vanidad o se esta elevando a Dios para alimentarse, esperar, soñar y existir?
El salmo 24 v.2-5 contiene una clave :
¿Quién subirá al monte de Jehová?
¿Y quién estará en su lugar santo?
El limpio de manos y puro de corazón;
El que no ha elevado su alma a cosas vanas,
Ni jurado con engaño.
El recibirá bendición de Jehová
También el Salmo 25 comienza:
A ti, oh Jehová, levantaré mi alma.
Dios mío, en ti confío;
-Salmos 25:1-2
El que ha dejado de elevar su alma a cosas vanas es aquel que justificado por gracia, por medio de la fe en Jesús recibirá la bendita y eterna compañía de Dios. En Dios puedes confiar tu alma para tu salvación y también para todas las cosas de esta vida. Como narra el apóstol Pablo en Romanos 8:32: "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" Esto es un argumento de mayor importancia a menor importancia que nos dice: si Dios nos ha dado su Hijo que es lo más preciado; nos ha dado una nueva vida en Cristo: ¿Cómo no confiaremos nuestra alma a Él para las cosas de muchísimo menos valor?
Amigo, que más allá de cualquier laberinto de vanidad en que tu alma suele quedar atrapado, puedas disfrutar del Castillo estable donde está toda nuestra confianza para esta vida y para venidera. Que puedas decir junto al salmista el clamor sencillo pero sublime, el secreto eterno de los hombres y mujeres de Dios que de todo corazón dicen:
A ti, oh Jehová, levantaré mi alma.
Dios mío, en ti confío